El aire en la oficina de David olía a café recién hecho y al chocolate caliente que Catalina bebía cada mañana. Un mes había transformado la dinámica entre los hermanastros: las reuniones diarias, las miradas prolongadas durante revisiones de contrato, las manos que rozaban documentos al mismo tiempo. A veces, Catalina creía que había algo más tras las acciones de David, pero luego desechaba la idea. Quizás estaba siendo demasiado paranoica y viendo cosas que no eran.
Catalina ajustó el collar de perlas en su cuello —regalo de Erick— mientras David señalaba una cláusula en la pantalla, su voz un susurro profesional que hacía vibrar el espacio entre ellos. Catalina decidió concentrarse en el trabajo y dejar de pensar estupideces.
—Necesitamos renegociar los términos con los coreanos antes del viernes —dijo David, girando su silla hacia ella. Sus ojos azules capturaron la luz del atardecer filtrándose por las persianas semiabiertas—. Y sobre el evento de mañana...
Catalina contuvo la re