Erick golpeó la pantalla de su teléfono contra la mesa de centro, dejando una fisura diagonal sobre la fotografía de contacto de Catalina. Pochito saltó del sofá con un maullido de protesta, escondiéndose bajo el librero estilo industrial que ella tanto odiaba de la decoración. Quiso sonreír al recordar la expresión de Catalina al ver el librero, pero la angustia lo estaba devorando por dentro.
—¿En serio no contesta? —masculló, deslizando por décima vez las fotos que Lorena le había enviado. En una de ellas, la mano de David reposaba en la cintura descubierta de Catalina como un halcón posándose sobre su presa. ¡Dios, como odiaba a ese bastardo! Desde que David Sandoval llegó a sus vidas arruinó todo a su paso.
El reloj de pared marcó las 9:50 pm con un tic-tac que resonó con fuerza, tornándose una maldita tortura. Casi dos horas desde su último mensaje. Casi dos horas desde que Pochito realmente había abierto la nevera (un logro que ahora le importaba menos que el polvo en los marco