David Sandoval no parpadeó. Sus dedos largos y pálidos se aferraron al borde de la mesa, presionando con fuerza mientras el reloj de pared marcaba cada segundo con un tic-tac que amplificaba el silencio. Los ejecutivos que estaban presentes intercambiaron miradas incómodas, algunos ajustando sus corbatas o bebiendo sorbos de agua que no necesitaban. Finalmente, David esbozó una sonrisa forzada, demasiado rigida para el gusto de cualquiera, era más una contracción de músculos que un gesto genuino.
—Qué encantadora pareja hacen —dijo con voz melosa mientras sentía que el veneno se le atoraba en la garganta, aunque sus ojos azules seguían fríos en inexpresivos—. Siéntense, señores. No tenemos tiempo para dramas personales.
Erick no apartó la vista de David mientras corría la silla hacia atrás para que Catalina se sentara. Lo hizo con un movimiento exagerado, haciendo crujir las ruedas contra el piso de mármol. Ella se sentó con rigidez, sintiendo cómo la palma de su mano comenzaba a suda