El sol de la mañana se colaba por las persianas del pequeño departamento que Catalina había llamado hogar durante los últimos años de su vida. El hogar que había compartido con su madre, ahora pasaba a formar parte de su pasado. Las cajas de cartón apiladas en la sala eran la clara señal de un nuevo comienzo. Catalina con una pequeña sonrisa en el rostro ajustó la cinta de la última caja marcada como "LIBROS — FRÁGIL" y se secó el sudor de la frente con el antebrazo.
—¿Seguro que no quieres llevarte la lámpara de tu madre?— preguntó Erick, señalando la vieja lámpara de bronce que adornaba la mesita de noche. Su voz era suave, respetuosa, pero con una chispa de complicidad. Catalina estaba tan jodidamente enamorada de ese hombre.
Catalina sonrió, acariciando el borde desgastado de la lampara. —Prefiero dejarla aquí. Que alguien más encuentre luz en ella—. Se acercó a él, rozando su hombro con intención para luego guiñar un ojo. —Además, en nuestro nuevo hogar solo quiero cosas que hu