El salón del Hotel Diamante resplandecía bajo las arañas de cristal, pero su brillo y majestuosidad no lograban ocultar el vacío del salón. Habían hecho una reservación para más de cien personas y apenas habían unas diez dentro. Catalina se ajustó el vestido negro de seda, sintiendo el peso del collar de perlas que Erick le había regalado horas antes. A su lado, él lucía impecable en su traje azul marino, aunque el puño cerrado contra su costado delataba su evidente nerviosismo.
—¿Crees que vendrán más personas?— preguntó Catalina en voz baja, observando las mesas medio vacías. Un grupo de empresarios de segundo nivel conversaba cerca del bar, evitando mirarlos directamente.
En ese momento, las palabras que Antonio le dijo en el pasado volvieron a pesarle. Pensar en que el hombre tenía la razón dolía, por que amaba a Erick y era doloroso asumir que tan maravilloso sentimiento pudiera arruinar a quién amaba.
Erick le apretó la mano. —No importa. Empezaremos con estos—. Su sonrisa e