El resplandor nocturno de la ciudad titilaba bajo ellos como un recordatorio de cuán pequeños eran ante la inmensidad de la ciudad, del mundo mismo. Catalina seguía estudiando el perfil de Erick —la línea fuerte de su mandíbula, sus labios que se curvaron en una hermosa sonrisa, su mentón definido, además de su largo y esbelto cuello— cuando él rompió el hechizo.
—Después del hospital —dijo, jugueteando con el borde de su copa— me obsesione con los horarios de Antonio. Lo vigilaba más que las enfermeras, necesitaba asegurarme de que estaría bien. —Una sonrisa nostálgica se le plantó en los labios—. Éramos compañeros de clases, por lo que no le permitía hacer nada. Tenía mucho miedo de perderlo, realmente era importante para mí.
Catalina rio con suavidad, pero el sonido se quebró cuando Erick añadió:
—Lo quiero más que a un amigo. —Sus dedos se cerraron alrededor del cristal con fuerza innecesaria. Ella contuvo la respiración, los músculos tensándose bajo la bonita blusa de vestir, que