La tarde estaba opaca, como si el cielo estuviera llorando en silencio por los eventos que se avecinaban. Elena caminaba por el convento, perdida en sus pensamientos. El peso de la situación se había incrementado en las últimas semanas. Los rumores de la llegada de Vittorio Caravaggio habían sido como una sombra creciente, oscureciendo cada rincón del lugar que alguna vez fue su refugio seguro.
De repente, una figura elegante apareció en la puerta del convento. Una mujer alta, de porte noble, con una expresión que parecía esculpida en mármol. Elena la reconoció al instante. No era solo la madre de Dante. Era una mujer con una historia de la que poco se hablaba, pero cuya presencia cargaba con la misma intensidad que la de su hijo.
La madre de Dante, Luciana Caravaggio, había vivido una vida marcada por las decisiones de su esposo y su familia. A pesar de su retiro, siempre había sido conocida por su elegancia, su mirada fría y su habilidad para manipular las situaciones a su favor. Ha