Elena se detuvo frente a la puerta de la sacristía, con el corazón latiéndole en los oídos. El sol caía a través de los vitrales, pintando su rostro con tonos cálidos y difusos. Sus dedos jugaron con el rosario que colgaba de su cintura, como buscando fuerza en la oración que no salía.Dentro, Dante limpiaba una copa de latón, ensimismado. El delantal colgaba aún de su cintura, y su camisa blanca, arremangada, dejaba ver el contorno firme de sus brazos. Cuando la vio, sonrió con suavidad. Pero algo en sus ojos azules estaba distinto. Más oscuro. Más inquieto.—¿Está todo bien, hermana Elena?Ella asintió, aunque en su interior sabía que no era así. Había algo en él, en su manera de moverse, en cómo se tensaban sus hombros. Como si esperara… algo. Un peligro, tal vez. O una decisión que estaba por tomar.—¿Y usted, padre…? —preguntó con voz baja, casi un susurro—. ¿Está huyendo de algo?Dante la miró fijamente. Por un segundo, el mundo pareció detenerse.Pero antes de que pudiera respo
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