El amanecer llegó cargado de un silencio espeso. En la casa de Renata, todos se preparaban sin decirlo en voz alta, como si presentaran un duelo anticipado. Elena preparó una pequeña bolsa con pañales, ropa, y el rosario antiguo que ahora no se separaba de su cuello. Alma dormía plácidamente, ignorando el peso de los apellidos que la rodeaban.
Dante se colocó una camisa negra y ajustó la pistola a su espalda. No era la primera vez que salía a matar. Pero sí la primera vez que temía no volver.
Alexander llegó con Jacinto apenas despuntaba el sol. Se veían agitados, cubiertos de polvo.
—Silvano ya se movió —dijo Alexander sin rodeos—. Anoche se reunió con alguien. Al parecer, tu abuela está viva, Dante. Pero no está de nuestro lado.
El silencio cayó como una losa.
—¿Cómo que no está de nuestro lado? —preguntó Elena, incrédula.
Alexander negó con la cabeza.
—No lo sabemos con certeza. Lo que sí sé es que ella lleva otro cuaderno. Otro igual al tuyo, Dante. Puede estar manipulada… o puede