Epílogo: bajo el mismo cielo

Un año después

La tierra estaba húmeda por la lluvia de la madrugada. Las flores silvestres florecían en cada rincón del jardín. Alma, con un vestido blanco lleno de flores bordadas, lanzaba pétalos sobre el camino de piedra mientras reía con una corona de jazmines en la cabeza.

—¡Mamá ya viene! —gritó, emocionada—. ¡Papá, no llores!

Dante se frotó los ojos con disimulo. Alexander, a su lado, le palmeó el hombro.

—Nunca te vi temblar ni cuando disparaban a matar. Pero hoy… pareces un niño perdido.

—Porque hoy estoy ganando lo único que siempre temí perder —respondió Dante con la voz quebrada.

La música comenzó a sonar. No era una marcha nupcial tradicional, sino una melodía suave, casi como un canto de cuna. Y entonces apareció ella.

Elena.

Vestida de blanco, sin velo, sin culpa. Con el cabello suelto y una mirada que contenía años de dolor, lucha y amor. Caminaba despacio, con un ramo de gardenias y un rosario entrelazado entre los dedos. Y en sus brazos, envuelto en una manta celest
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