La tarde era tranquila. Unos rayos dorados atravesaban las hojas del parque, y la suave brisa de verano parecía calmar cualquier angustia. María José y Eliana caminaban lentamente, cada una sumida en sus propios pensamientos, hasta que se sentaron en una banca apartada, lejos del bullicio de los niños y el murmullo de los transeúntes.
—No dejo de pensar en lo que vimos hoy —susurró María José, con la mirada perdida en el horizonte—. ¿Cómo puede tu madre estar involucrada con Samantha?
Eliana tomó aire profundamente. Había demasiadas emociones enredadas dentro de ella, como si su pecho estuviera lleno de nudos que no lograban deshacerse. Sabía que había llegado el momento de compartir lo que llevaba años guardando en silencio.
—No sé por qué Samantha cambió tanto —dijo con la voz temblorosa, apretando las manos sobre su regazo—. Éramos mejores amigas... éramos inseparables. Nos conocimos en la universidad y conectamos de inmediato. Soñábamos con cambiar el mundo, crear algo grande junt