La casa se hallaba en completo silencio, salvo por las risas suaves de Gabriel y Samuel que seguían jugando en el cuarto del fondo. Era de noche, el cielo estaba encapotado y una lluvia fina tamborileaba contra los cristales del ventanal del salón. María José se encontraba sentada junto a Isaac en el sofá, mientras Eliana se paseaba de un lado a otro de la sala con el celular apretado en la mano como si le ardiera. José Manuel, en cambio, permanecía de pie, junto a la ventana, sin quitar la vista del camino, como si esperara que alguien apareciera allí con la respuesta que sus corazones tanto ansiaban.
—¿Qué hora es? —preguntó Eliana por tercera vez en menos de cinco minutos.
—Van a ser las nueve —respondió María José con suavidad, tratando de mantener la calma aunque sus propias manos no paraban de temblar.
—Dijo que llegaría en la noche. Ya es de noche. ¿Y si…? ¿Y si no lo manda hoy? ¿Y si algo salió mal? —Eliana tragó saliva, deteniéndose al borde del comedor. Su rostro estaba páli