José Manuel se despertó con una sola idea fija en la cabeza: llegar al fondo de todo. Después de tantos años de dolor, de culpas acumuladas, de silencios que retumbaban más que cualquier grito, había llegado el momento de enfrentarse a la verdad. Ya no podía seguir sin respuestas. Si Samuel era su hijo, si Eliana realmente había sido madre aquel día y no se lo habían dicho, alguien tuvo que haber intervenido. Y ese alguien debía pagar.
Con determinación, tomó su chaqueta y, sin esperar que nadie despertara aún, salió de la casa de Eliana. El cielo estaba gris, como si presintiera que aquel día removería cenizas viejas. Durante el trayecto al hospital, no pudo evitar recordar la angustia de esos años atrás, cuando Eliana había desaparecido de su vida sin dejar rastro. En ese entonces, él no sabía de su embarazo, no había podido buscarla como debió, cegado por su propio orgullo y por los errores que los habían separado.
Al llegar al hospital que ella mencionó —un lugar humilde, en una z