El Sonido del despertador rompió el silencio con su habitual insistencia. Eran las 6:15 a. m. y, para sorpresa de Eliana, ella estaba en el sofá, con una manta sobre las piernas y su cabeza recostada sobre el hombro de José Manuel. Él también dormía aún, con el gesto relajado y los labios entreabiertos, como si estuviera en paz por primera vez en mucho tiempo.
Eliana parpadeó, confundida. Le tomó un par de segundos recordar la noche anterior: las estrellas, las confesiones a media voz, los silencios compartidos… y el momento exacto en que, sin querer, se quedaron dormidos allí mismo, abrazados como si el mundo fuera a desaparecer si se soltaban.
—¡Samuel! —exclamó, incorporándose de golpe—. ¡La escuela!
José Manuel abrió los ojos de inmediato y, al verla tan agitada, se sentó también, despeinándose en el intento.
—¿Qué hora es? ¿Nos quedamos dormidos aquí?
—¡Sí! —dijo ella en un susurro apurado mientras se levantaba—. Y ni siquiera preparamos nada para el desayuno.
José Manuel se frot