El sol se filtraba con pereza entre las cortinas de la habitación. José Manuel ya estaba despierto, arreglándose la camisa frente al espejo, cuando escuchó el primer gruñido de protesta desde la cama.
—Cinco minutos más… solo cinco —murmuró Samuel, enredado entre las sábanas, con el cabello revuelto y la voz adormilada.
José sonrió. Caminó hacia él y se sentó a su lado en el colchón, acariciándole suavemente la espalda.
—Vamos, ninja dormilón. Es lunes, y los valientes van al colegio.
Samuel se revolvió como si la palabra “lunes” le hubiera clavado una daga invisible.
—Pero… ¿no podemos hacer como si fuera sábado otra vez? Solo por hoy.
José dejó escapar una risa breve.
—Créeme, si pudiera cambiar el calendario, lo haría. Pero si no te levantas, llegaremos tarde. Y además… no creo que Eliana quiera que te conviertas en un niño flojo, ¿o sí?
Samuel alzó la cabeza apenas, con los ojos entrecerrados.
—¿Puedo verla hoy?
José se quedó en silencio por un segundo. Se le arrugó el corazón, pe