El reloj marcaba la una de la tarde cuando la habitación volvió a sumirse en silencio. María José había comido un poco, más por insistencia de Isaac que por hambre. Él seguía a su lado, atento, con esa paciencia suave que tanto la reconfortaba.
El sol del mediodía seguía colándose por la ventana, creando sombras tibias sobre la colcha blanca. Isaac acomodaba los cojines cuando notó que ella lo observaba en silencio, con una expresión distinta. Algo en su mirada era más turbio, más inquieto.
—¿En qué piensas? —preguntó con suavidad.
María José dudó. Desvió la vista hacia la ventana, como si buscara el valor entre las hojas del árbol que se movían con el viento.
—Te conté que soñé con mi papá esta mañana… —comenzó—. Fue un sueño hermoso. Me dio paz. Pero… no fue el único que tuve.
Isaac frunció el ceño.
—¿Otro?
Ella asintió.
—Durante los primeros días, cuando estaba en cuidados intensivos, hubo otro sueño. Era más oscuro. No como el de hoy. Fue… fue una pesadilla.
Isaac se enderezó un p