La luz del sol se filtraba a través de las persianas, dorando con timidez los bordes de la habitación. María José estaba recostada, pero no dormía. Había permanecido en silencio varios minutos, perdida en sus pensamientos. Isaac, sentado junto a la cama, acariciaba con calma su mano, dándole ese espacio que ella necesitaba. Sabía que algo venía gestándose en su interior desde hacía horas.
—Isaac… —murmuró de pronto.
—¿Sí?
Ella desvió la mirada hacia la ventana.
—¿Te conté alguna vez cómo fue que perdí a mi hermana?
Él negó con un leve movimiento de cabeza, sorprendido por la pregunta.
María José tragó saliva, y su voz tembló levemente cuando comenzó a hablar:
—Mis padres me contaron a medida que iba creciendo. En realidad… no me lo dijeron de golpe. Fue algo que descubrí con el tiempo, entre miradas tristes, frases cortadas y una caja vieja con recortes de periódicos escondida en el fondo de un armario.
Pausó. Tomó aire antes de continuar.
—Mi hermana se llamaba Ángela. Tenía apenas d