Eliana no podía dejar de mirar a José Manuel.
El silencio en la habitación era tan denso que hasta el leve zumbido del ventilador parecía ensordecedor.
Ella se había quedado abrazada al dibujo que Samuel le había regalado, con las palabras del niño todavía dando vueltas en su cabeza: "quiero que seas mi mamá".
Y aunque cada fibra de su ser le pedía no insistir, algo más fuerte —algo que latía con fuerza en su pecho— la impulsó a hablar.
—José Manuel... —dijo en voz baja—.
Necesito saber la verdad.
¿Quién es la mamá de Samuel?
¿Por qué te pusiste asi?
José Manuel no se movió de inmediato. Parecía una estatua, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en el suelo.
Finalmente, inspiró hondo, llenándose de valor.
Se acercó despacio, arrastrando una silla junto a la cama de ella.
Se sentó, pero en vez de mirarla, mantuvo la vista fija en sus propias manos, que descansaban entrelazadas sobre sus piernas.
—Eli... —su voz tembló ligeramente al pronunciar su nombre—.
Quiero que escuches to