El apartamento estaba en completo silencio, interrumpido solo por el sonido de los coches de juguete chocando suavemente entre sí. Isaac se recostó en el respaldo del sofá, observando la escena frente a él con un nudo formándose en la garganta. Gabriel, su pequeño, estaba sentado en el suelo, rodeado de bloques de construcción, carritos, peluches, y aun así, había en su carita una expresión de evidente aburrimiento, de una tristeza silenciosa que lo hizo sentir más perdido que nunca. Después de un rato viéndolo, Isaac se incorporó y caminó hacia él con pasos lentos. Se agachó a su lado, recogiendo uno de los bloques para unirse al juego, aunque claramente no sabía muy bien qué hacer.
—¿Qué haces, campeón? —preguntó con una sonrisa forzada.
Gabriel soltó un suspiro pesado, de esos que solo los niños que han perdido la emoción del momento saben dar, y sin mirarlo directamente, dejó caer uno de los carritos de sus manos.
—Estoy aburrido —dijo simplemente, como si no hubiera solución posi