La noche avanzaba lentamente. Y algo en el ambiente se sentía diferente. Isaac estaba sentado en el salón, tratando de distraerse con el televisor encendido, pero sus pensamientos no lo dejaban en paz. Su mente no podía apartarse de Eliana y de todo lo que había sucedido entre ellos. La confusión, las emociones a flor de piel, y ese vínculo que parecía inquebrantable, aunque estuviera marcado por tantas sombras.De repente, escuchó un sonido inconfundible que lo sacó de su trance: un leve gemido, seguido del sonido inconfundible del vómito en el baño. Isaac se levantó al instante, dejando el control remoto sobre la mesa. El miedo se apoderó de él y, por un momento, se paralizó.Corrió hacia el pasillo y se detuvo frente a la puerta del baño, donde el sonido continuaba. Con un golpe de mano en la madera, tocó suavemente antes de abrir.—¿María José? —su voz sonaba preocupada, casi rasposa por la tensión que sentía. La puerta estaba entreabierta, y cuando la empujó, la vio allí, arrodil
El sentimiento de tristeza comenzó a transformarse en algo más grande, algo que había estado guardando dentro de sí misma durante tanto tiempo: una chispa de lucha. Una chispa que había encendido su fuego interno. Recordó a Gabriel, a su hijo, y cómo él había estado siempre a su lado, apoyándola en cada paso, en cada momento difícil. —Voy a luchar por Gabriel —dijo en voz baja, sus palabras llenas de una determinación renovada. "Voy a luchar por él, no me voy a rendir, ni por él, ni por mí misma."María José se levantó de la cama y se acercó a la ventana, mirando las luces que iluminaban la ciudad. "Voy a luchar por mí, por mi salud, por mi felicidad. Y si Isaac no puede verme ahora, algún día lo hará. Pero no voy a esperar más. No voy a quedarme esperando a que algo cambie por sí solo. Voy a cambiar yo."Con esas palabras en su mente, se secó las últimas lágrimas y respiró profundamente. Sabía que la batalla que tenía por delante no iba a ser fácil. Pero también sabía que ya no era
Julio sonrió levemente, aliviado por el tono amigable de María José. La tensión entre ellos era palpable, pero también había algo de complicidad, una conexión que el tiempo no había borrado.—No te preocupes. Te trataré como si fuéramos viejos amigos. —dijo él, intentando suavizar el ambiente. A pesar de su profesionalismo, había algo en la forma en que la miraba que mostraba su emoción. Recordaba con claridad los días de universidad, sus risas, las largas charlas en la cafetería… y sobre todo, lo que nunca se atrevió a decirle: que siempre la había querido.María José se acomodó en la silla, mientras él comenzaba a revisar su expediente médico.—Bueno, María José —comenzó Julio, intentando concentrarse en la consulta y no en el recuerdo de su antiguo amor—, veo que has solicitado este tratamiento después de haber investigado sobre nuestras opciones. Es importante que sigamos un plan adecuado para tu situación. Pero antes de empezar, quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible pa
Julio se acomodó en su silla nuevamente, dejando la carpeta con todos los detalles del tratamiento sobre la mesa. Durante unos momentos, el silencio llenó la habitación. María José lo miró atentamente, sintiendo un peso en el pecho. Sabía que el tratamiento sería largo y duro, pero no estaba preparada para la magnitud de lo que significaba todo eso. Julio empezó a explicar, desglosando paso a paso lo que tendría que hacer.—El tratamiento será bastante riguroso —comenzó Julio, mirando a María José con seriedad—. Necesitarás varias sesiones de quimioterapia, aproximadamente cada dos semanas, y algunas pruebas más para monitorear tu progreso. Cada sesión tomará unas pocas horas, pero los efectos secundarios pueden ser duros, por lo que te recomendaría que te apoyes en alguien que te pueda ayudar. Además, necesitarás un seguimiento constante para asegurarnos de que el tratamiento esté funcionando como debería.María José escuchaba en silencio, absorbiendo cada palabra. Sentía como si una
Antes de que Isaac pudiera añadir algo más, ella colgó. No quería que la conversación se alargara más de lo necesario, sabiendo que las palabras entre ellos últimamente estaban cargadas de tensión y malentendidos.Guardó su teléfono en el bolso y salió de la clínica junto a Julio, quien la miró con una expresión amable pero algo preocupada. El ambiente a su alrededor parecía tranquilo, pero ella sabía que su mente aún estaba llena de preguntas y emociones difíciles de manejar.Mientras caminaban hacia el restaurante, María José intentó despejarse. La decisión de no contarle a Isaac todo lo que estaba sucediendo con Julio fue una decisión consciente. Necesitaba procesar todo por sí misma antes de abrir más puertas emocionales con él. La relación con Isaac era cada vez más complicada, y aunque lo amaba, sabía que aún había mucho que no entendía ni aceptaba.El almuerzo, pensó, podría ser una oportunidad para dar un respiro a su mente y continuar con la lucha por su salud. La conversació
Eliana acariciaba distraídamente el borde de su taza de té, perdida en las palabras de Samuel. El niño la miraba con esos grandes ojos marrones llenos de nostalgia y cariño, como si en su pequeño mundo no hubiera espacio más seguro que su compañía.—¿Te acuerdas de todo? —preguntó ella, sonriendo dulcemente.Samuel asintió muy serio, como si de repente fuera un adulto atrapado en un cuerpo chiquito.—Claro que sí, Eli. Recuerdo que me hacías sopitas calientitas y me dabas medicina. Aunque a veces no me gustaban, me las tomaba porque tú me decías que me iba a poner fuerte como un superhéroe —dijo inflando el pecho con orgullo.Eliana rió entre dientes, imaginándose a sí misma convenciendo a un pequeño Samuel de tomarse una cucharada amarga a cambio de ser invencible.—¿De verdad te acuerdas de todo eso? —insistió, enternecida.—¡Sí! Y también de cuando nos conocimos, de muchas cosas.Eliana dejó escapar una risa suave.—Ahora que lo dices… —musitó—, creo que sí recuerdo tu papá llegó a
Y entonces, con una ternura que pocas veces mostraba, caminó de regreso hasta el sofá. Se sentó al borde, apoyando los codos en las rodillas, como quien está a punto de contar una historia antigua y sagrada.—¿Sabías que la primera vez que intenté invitarte a salir terminé tirándome un café encima? —empezó, con una sonrisa torcida.Eliana rió bajito, llevándose una mano a la boca.—No...—Fue en el salón de clases de la universidad. —José Manuel negó con la cabeza, como recordando—. Llevaba semanas buscando el momento. Y cuando por fin me armé de valor, choqué con la bandeja de un becario y terminé empapado frente a todos.—¿Y yo? —preguntó ella, divertida.—Tú me ofreciste tu pañuelo —respondió él, bajando la voz—. Y después te reíste como si fuera la cosa más graciosa del mundo.Eliana sonrió, sintiendo en su pecho una nostalgia inexplicable. Como si pudiera ver esa escena, aunque su mente se negara a recordarla.—¿Te enojaste? —preguntó en broma.José Manuel soltó una carcajada sec
Eliana no podía dejar de mirar a José Manuel.El silencio en la habitación era tan denso que hasta el leve zumbido del ventilador parecía ensordecedor.Ella se había quedado abrazada al dibujo que Samuel le había regalado, con las palabras del niño todavía dando vueltas en su cabeza: "quiero que seas mi mamá".Y aunque cada fibra de su ser le pedía no insistir, algo más fuerte —algo que latía con fuerza en su pecho— la impulsó a hablar.—José Manuel... —dijo en voz baja—.Necesito saber la verdad.¿Quién es la mamá de Samuel?¿Por qué te pusiste asi?José Manuel no se movió de inmediato. Parecía una estatua, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en el suelo.Finalmente, inspiró hondo, llenándose de valor.Se acercó despacio, arrastrando una silla junto a la cama de ella.Se sentó, pero en vez de mirarla, mantuvo la vista fija en sus propias manos, que descansaban entrelazadas sobre sus piernas.—Eli... —su voz tembló ligeramente al pronunciar su nombre—.Quiero que escuches to