La mañana era tibia y tranquila, con el sol asomándose entre las cortinas del salón. Eliana estaba recostada en el sofá de su nueva casa, observando las hojas danzar con el viento. Aún se sentía débil, pero dentro de sí algo le decía que ese día sería distinto. Su cuerpo lo presentía, aunque su memoria aún navegaba entre brumas.
Tocaron la puerta.
Isaac se levantó y fue a abrir. José Manuel apareció con Samuel de la mano. El niño, como siempre, iba inquieto, con sus grandes ojos saltando de un lado a otro, como si el mundo fuera un juego que debía descubrir.
—Hola —saludó José Manuel con voz fría.
Isaac asintió y se hizo a un lado. Eliana, al ver al pequeño entrar, frunció el ceño con una mezcla de confusión y curiosidad. Había algo en ese niño... algo que no podía explicar.
Samuel soltó la mano de su padre y caminó hasta ella.
—Hola —dijo con una sonrisa desbordante—. ¿Te acuerdas de mí? Soy yo… tu ninja.
Eliana abrió los ojos con sorpresa.
—¿Mi qué…?
—Mi ninja —repitió Samuel con co