La noche se deslizaba con una calma engañosa, de esas que ocultan tormentas internas. En el pequeño hogar de Eliana, la tranquilidad se respiraba apenas en la superficie, mientras los corazones de quienes estaban allí latían con fuerza por dentro.Isaac terminaba de recoger los platos de la cena. Samuel estaba acostado sobre una cobija en la sala, dibujando con sus lápices de colores. José Manuel, aunque un poco más silencioso que de costumbre, ayudaba a organizar la cocina, atento a cada movimiento de Eliana desde la distancia.Había llegado el momento.—Voy a hablar con ella —dijo Isaac en voz baja, dejando el secador de platos a un lado.José Manuel asintió, sabiendo lo que venía.Isaac caminó hasta la habitación donde Eliana estaba sentada en la cama, hojeando una libreta vacía que había encontrado entre sus cosas. Levantó la vista al verlo entrar.—¿Pasa algo? —preguntó con la voz algo ronca.Isaac se sentó a su lado, con el rostro sereno pero tenso.—Quería decirte algo, Eli… Es
Isaac metió la llave en la cerradura con un gesto automático, como si fuera un reflejo aprendido que su cuerpo aún recordaba. La puerta se abrió sin resistencia. El aire dentro de la casa era cálido, impregnado del aroma sutil de lavanda que siempre caracterizaba el hogar… su hogar.O al menos, lo había sido.Cruzó el umbral con pasos lentos, como si temiera que al avanzar demasiado, algo dentro de él se rompiera del todo. Cerró la puerta con suavidad, esperando escuchar pasos apresurados, una voz familiar que lo recibiera con emoción… pero solo encontró silencio.Su mirada recorrió la sala. Todo estaba en su lugar. El sofá con los cojines alineados, los libros ordenados sobre la mesa de centro, las tazas limpias en la bandeja de madera… pero había algo diferente. Algo intangible.—Llegaste —dijo una voz desde la cocina.María José apareció, secándose las manos con una toalla. Iba vestida con ropa cómoda, el cabello recogido en una trenza desordenada y el rostro sereno… demasiado sere
La noche avanzaba con lentitud sobre la casa de Eliana. Afuera, el viento apenas movía las cortinas que colgaban pesadas y quietas como el ambiente dentro de la habitación. Samuel dormía profundamente a su lado, acurrucado como un pequeño ovillo cálido que le transmitía una paz frágil, inestable. Pero a pesar del silencio, Eliana no podía dormir.Llevaba un buen rato con los ojos clavados en el techo, la mente atrapada en un torbellino de pensamientos sin sentido. Se removía suavemente, procurando no despertar al niño, pero cada tanto soltaba un suspiro cansado que delataba su inquietud. La amnesia la tenía atrapada en un limbo: no recordaba su vida, pero sí sentía. Y lo que sentía era un vacío en el pecho, un hueco sin nombre ni forma.José Manuel, que dormía en el sofá de la sala contigua, despertó al escuchar uno de los suspiros largos y ahogados. Se incorporó de inmediato, preocupado. Caminó hasta la puerta entreabierta del cuarto y se asomó con cuidado. La vio sentada en la cama,
El desayuno se sirvió entre pequeñas risas y silencios llenos de emoción. Samuel seguía encantado con la idea de que Eliana recordara a José Manuel, y no dejaba de mencionarlo cada dos minutos con el entusiasmo de quien presencia un milagro. José Manuel, por su parte, estaba ahí, presente como nunca antes. Su mirada no se apartaba de Eliana, aunque procuraba no invadirla con su emoción. Algo en su interior vibraba distinto. Ella había pronunciado su nombre. Había soñado con él. Había recordado.Pero Eliana… ella no sabía cómo sentirse exactamente.Sí, había sido un momento cálido, reconfortante, como si una ventana se hubiese abierto en la casa oscura de su mente. Pero también… extraño. Como si esa mujer que corría bajo la lluvia no fuese ella, sino otra versión que aún no terminaba de conocer. No se sentía más completa. Se sentía descolocada.Después del desayuno, Eliana se excusó para salir al jardín. Samuel, entretenido con un rompecabezas, quedó bajo la mirada vigilante de José Ma
El almuerzo transcurría con una falsa normalidad. Samuel comía con entusiasmo, haciendo ruiditos entre bocado y bocado, mientras Eliana fingía estar más interesada en la pasta que en las dos presencias masculinas a su lado. José Manuel intentaba disimular su incomodidad tras la sonrisa, e Isaac apenas tocaba su comida.Había algo tenso en el ambiente, como una cuerda estirada al límite.—¿Puedo repetir, Eli? —preguntó Samuel, con su carita llena de salsa.—Claro, mi amor —respondió Eliana con dulzura, acariciándole el cabello.José Manuel se levantó para servirle, con una sonrisa sincera. Isaac se limitó a observar a Samuel como si no quisiera hablar… pero entonces, el niño soltó la frase que haría caer el almuerzo como una bomba.—¿Isaac, cuándo me vas a volver a llevar a tu casa para jugar con Gabriel? ¡Y también quiero volver a comer las galletas de Majo!Isaac se atragantó con el agua que acababa de tomar, mientras José Manuel detuvo el movimiento de su cuchara en el aire. Eliana
Eliana sintió un nudo en la garganta. La culpa comenzó a treparle por la espalda.—¿Y María José? ¿Ella sabe que él pasa tanto tiempo conmigo?—Sí. No es fácil para nadie, Eliana. Pero María José entendió algo: que Isaac no podía dejarte sola. Que eras una parte vital de su vida. No su pareja, no la madre de su hijo… pero alguien a quien ama profundamente, aunque sea de otra forma. No podía abandonarte. ¿Tú habrías hecho lo mismo por él?Ella no respondió. No necesitaba hacerlo. José Manuel la miró con dulzura.—No estoy diciendo que no tengas derecho a sentirte dolida. Lo tienes. Que él no te haya dicho nada antes… duele. Pero te juro que no lo hizo por egoísmo. Lo hizo porque pensó que estaba protegiéndote. Y en el fondo, él también se estaba protegiendo del dolor.—¿Y ahora? ¿Qué se supone que haga? ¿Sonrío y lo abrazo?—No —respondió José Manuel—. No finjas nada. Solo… trata de ponerte en su lugar. De ver el panorama completo. Porque a veces, juzgamos con el corazón herido y no co
Eliana se encontraba sentada en el sofá del estudio, con la mirada perdida en la ventana. La tarde se deslizaba lentamente entre las sombras de los árboles que danzaban con el viento. Un leve dolor de cabeza la acompañaba desde el amanecer, pero no era físico… era la consecuencia de cargar con tantas emociones acumuladas. Recordar fragmentos sueltos de su vida, dudar de sí misma, sentir enojo, tristeza, y a ratos, una extraña esperanza.El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. José Manuel, que pasaba por el pasillo, fue a abrir la puerta. Un murmullo de voces llegó hasta ella, y unos segundos después, los pasos firmes de tacones resonaron por la casa.—¿Eliana? —dijo una voz familiar desde el umbral del estudio.Ella alzó la vista lentamente y sus ojos se iluminaron al instante.—¡Andrea!La joven asistente dejó su bolso a un lado y corrió hacia ella, abrazándola con ternura, con una mezcla de contención, emoción y alivio.—¡Dios mío, estás aquí, estás bien! —murmuró Andrea,
Eliana seguía abrazada a sí misma, sintiendo la maraña de emociones que Andrea había removido con sus palabras. El peso de la incertidumbre era demasiado grande para ignorarlo, y aunque una parte de ella quería huir de todas esas sensaciones nuevas y desconocidas, la otra parte deseaba entender... recordar… sentir.Se volvió hacia Andrea, con el rostro bañado en una mezcla de confusión y esperanza.—Andrea… —murmuró, tragando saliva antes de animarse a formular su pregunta—. Si yo estuviera en sano juicio… si tuviera mi memoria completa… ¿crees que estaría con José Manuel? ¿O habría elegido estar sola?Andrea suspiró hondo. Se acercó y se sentó junto a ella en la cama, como si necesitara estar más cerca para poder decir lo que venía.—Eliana… tú siempre fuiste muy fuerte, muy independiente. De esas mujeres que parecen no necesitar a nadie para salir adelante. Y, ante todos, te mostraste así también con José Manuel. Indiferente. Distante. Pero —hizo una pausa, mirándola con una ternura