José Manuel caminó con pasos firmes hasta la habitación de Samuel. No podía creerlo. ¿De verdad su hijo había estado orquestando todo este espectáculo de "admirador secreto"?
Abrió la puerta de golpe y encontró a Samuel acostado en su cama, con la tablet en las manos y una expresión de culpabilidad instantánea cuando vio a su padre en el umbral.
—Papá… —dijo con una sonrisa nerviosa—. ¿Qué pasa?
José Manuel cruzó los brazos, alzando una ceja.
—Samuel, ¿quieres explicarme por qué mi tarjeta ha sido usada para comprar flores, chocolates, joyas y un libro de poesía?
El niño abrió los ojos de par en par y se sentó de golpe en la cama.
—¡No puede ser! ¿Cómo lo descubriste tan rápido?
José Manuel suspiró, pasándose la mano por la cara.
—Samuel… ¿Por qué hiciste esto?
El niño bajó la mirada y apretó los labios, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Porque quiero que Eliana te perdone —confesó finalmente—. Porque los dos se quieren, pero son muy tercos y ninguno da el primer pas