No me debe nada.

Amanda tardó un par de segundos en recordar cómo se caminaba “normal” después de un baile así.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

No por el vals en sí, sino por lo que había pasado dentro de él: Daniel hablando bajito con veneno, su mano en la cintura con esa falsa cortesía, la necesidad de sonreír mientras por dentro se repetía “no le des el gusto, no le des el gusto”.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Apenas dio el primer paso hacia las escaleras del segundo nivel, la gente empezó a interceptarla.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

—¡Señorita Rivas, felicidades!‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

—¡Impresionante discurso!‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

—Aaron tiene buen ojo…‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Eran demasiados. Demasiadas manos, demasiadas sonrisas, demasiados nombres que se le resbalaban porque su cabeza seguía atascada en una sola cosa.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Ethan.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

Necesitaba verlo.‏‏‎‎ ‏‏‎‎‏‏‎‎ ‏‏‎‎

No en el sentido romántico de “quiero besarte ya”, aunque su cuerpo todavía se acordaba de sus manos y de su voz
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