Mundo de ficçãoIniciar sessãoCuando ya estaba lista, recibo un mensaje. Sorprendentemente era de Andrew. No sé cómo consiguió mi número, pero me siento aliviada: está confirmando nuestra cena.
Me envía la dirección de un restaurante bastante conocido, así que tuve que atravesar la ciudad con este vestido y tacones… pero no importa. Por primera vez en mucho tiempo me siento hermosa. Por primera vez en años me doy un respiro del trabajo, y disfrutaré de una cena sin pensar en la deuda. Llego al enorme y elegante restaurante al que jamás pensé poner un pie. Una mujer de sonrisa impecable me recibe. Sus ojos se agrandan cuando menciono el nombre “Andrew Palvin”. Me escoltan con amabilidad. No a las mesas comunes, no. A una sala privada, decorada como si fuera un pequeño palacio. Enderezo la espalda. Siento que incluso mi forma de respirar no va con este lugar. Dos hombres en la entrada abren la puerta para mí. Los miro incómoda y, cuando levanto la vista, lo veo a él. Andrew toma un sorbo de vino con esa calma arrogante que solo él puede tener. Su traje perfecto. Su cabello impecable. Esa sensación de pertenecer a cualquier lugar sin esfuerzo. Camino despacio, tratando de controlar mis respiraciones. Él levanta la vista y sonríe, complacido. Sus ojos vuelven a recorrerme de pies a cabeza, sin pudor, y esta vez se detienen en mi escote. Me observa mientras bebe su copa, como si disfrutarlo fuera parte del ritual. Las palabras de Rubí vuelven a mi mente. Y comienzo a entenderlas. Aquí no importa quién es él o quién soy yo. Ni su clase social ni la mía. Aquí solo soy una mujer. Y él, un hombre. Y por naturaleza —y por primera vez— tengo ventaja. Suspiro antes de entrar en personaje. Tal vez yo no sea capaz de llevar esta noche… pero puedo fingir ser alguien que sí: alguien más descarada, más segura, más… como Hellen. —Buenas noches —digo con una sonrisa cortés mientras me siento frente a él. Él me devuelve la sonrisa y hace un gesto para que nos traigan el menú. —Veo que me hiciste caso. Te ves muy hermosa. —Gracias. Usted también se ve muy bien —respondo mientras leo el menú. Solo veo alcohol. Y ningún precio. Lo miro en pánico y él ríe para sí mismo. Andrew es rápido; capta todo. Hace una seña al mesero y ordena vino y todos los platillos. Luego quedamos solos. —Este restaurante tiene un único menú. El vino que pedí es uno de los mejores que he probado. O eso dice el sommelier. Su mirada es amable, cálida incluso. He tratado con hombres del medio durante años y pocos tienen ese carisma. Me halaga que parezca una buena persona. Solo necesito caerle bien y pedirle un favor. Nada más. —¿Sabes por qué estás aquí? —pregunta sin apartar la mirada de mí. —Porque le ayudé a elegir un anillo y me gané esta cena —respondo, intentando sonar natural. Él ríe para sí. El aire se vuelve extraño. Pesado. Cargado de algo que no sé nombrar. —¿Por qué alguien como yo desperdiciaría una cena solo por eso? —pregunta. Me quedo en silencio—. Tenía curiosidad. Te conozco desde hace… ¿dos años? ¿Uno? Siempre fuiste invisible. Te vi como chofer, como asistente, como sirvienta de Hellen. Siempre apagada. Siempre cansada. Los restos de una mujer. Con esa mirada muerta, como si hubieras renunciado a tus sueños. Aprieto mis manos bajo la mesa. Su voz penetrante, sus palabras afiladas como cuchillas. Así es como me ven. Así es como viví mi vida. —Pero de repente —continúa— entraste a mi oficina con una pequeña llama en la mirada. Y tuve curiosidad. Tengo curiosidad —corrige—. ¿Cuál es el motivo por el que quisiste verme? ¿Por qué te pusiste ese vestido escotado? ¿Por qué fijas inocencia frente a mí? —¿Fingir inocencia? —repito, incrédula. —Tengo varias teorías —dice, alzando una ceja—. Número uno: quieres vengarte de los malos tratos de Hellen seduciéndome. Y te lo digo desde ahora: jamás la dejaría por ti. Sin ofender —añade, tomando otro sorbo—. Seguro eres encantadora a tu manera. Suelta veneno con la misma suavidad con la que otros respiran. Claro. Tenía que haber algo muy podrido en él para estar con alguien como Hellen. —O quizás —continúa— lo que quieres es usarme. Sabes que me llaman “el boleto dorado de Hollywood”. Todas mis amantes terminan en la cima. ¿Es eso lo que buscas? ¿Meterte en mi cama para que te consiga algo? Muerdo mis labios. Sin pensarlo, tomo la botella y me sirvo más vino. Él me mira confundido, expectante. Suelto una risa seca. Estoy cansada. Una vez más me ilusioné… y otra vez me topo con un muro. Toda una vida trabajando duro, en silencio, tragando humillaciones… y para qué. No tengo nada que perder. Bebo mi copa entera de un solo trago. Andrew alza las cejas, sorprendido. —¿Y qué? —pregunto, dejando la copa en la mesa—. Si te digo que quiero usarte. Abrirte las piernas. Y que tú me abras las puertas del éxito… ¿Qué dirías tú?






