Él sonríe de lado.
¿Por qué mierda siempre parece que está ganando?
Como si todo estuviera saliendo exactamente como él quiere.
—¿Qué te hace pensar que me interesa? —dice con una calma tan peligrosa que casi parece un susurro, mientras apoya la cabeza en su brazo derecho.
—¿Acaso no vale la pena intentarlo?
Él vuelve a sonreír.
—Es una oferta tentadora, pero no voy a engañar a mi mujer contigo. Hellen es permisiva, pero no sé si lo sabes… te detesta.
—Lo sé. Me lo recuerda todos los días.
—Entonces sabes que lo único que jamás me perdonaría es acostarme contigo. Y tampoco tengo permitido contratarte. Lo siento, Eva… hiciste los enemigos equivocados.
Aprieto el puño bajo la mesa.
La muy perra.
Sabía que era ella la que se encargaba de que nunca tenga una oportunidad. ¿Por qué llevaría una riña universitaria tan lejos?
La comida llega antes de que pueda decir nada.
Un plato extraño… sin poder descifrar qué es comestible y qué no.
—Eva —llama mi atención, así que lo miro—. Se come así.