DANTE
El humo del puro ascendía lento, formando una espiral azulada frente a mis ojos. Me quedé observándolo un momento, como si en esa voluta de humo pudiera ver el destino torcido que me esperaba.
Marco entró sin tocar, como siempre.
—El auto está listo —dijo con voz seria—. Claudia y Marcela ya fueron enviadas de regreso a la casa del norte. Aurora y Fiorella están durmiendo.
Asentí en silencio. Apreté el puro entre mis dedos antes de apagarlo en el cenicero.
—Bien. Es mejor que no estén aquí cuando todo empiece.
Me puse de pie. El peso del arma en la cintura siempre me daba una sensación extraña: una mezcla de poder y condena. Saqué una segunda pistola del cajón y la coloqué en el otro lado del cinturón, asegurando ambos seguros.
Marco cruzó los brazos. Su mirada decía lo que sus palabras confirmaron.
—Piénsalo bien, Dante.
—Ya lo pensé —respondí con voz firme.
—No, no lo suficiente —insistió—. Deja que Giulia se case. Es lo mejor para ella… y para Isabella. Déjalas empezar una n