GIULIA
No sé en qué momento me quedé dormida. La última imagen que recuerdo es la de Isabella durmiendo tranquila, su respiración suave, el sonido constante de los monitores llenando el silencio de la habitación del hospital.
Desperté porque sentí un aire frío rozarme el rostro. Me estremecí. Abrí los ojos y vi que la ventana estaba abierta. Las cortinas se movían lentamente, dejando entrar el viento de la madrugada. Me puse de pie con cuidado, intentando no hacer ruido.
Cuando estiré la mano para cerrarla, de pronto una luz fuerte se encendió detrás de mí.
—¡Dios! —solté con un sobresalto, llevándome la mano al pecho.
—Tranquila, soy yo —dijo una voz firme.
Era Iván. Estaba apoyado junto a la puerta, con el ceño fruncido y el mismo porte serio de siempre.
—¿Quieres matarme de un susto? —le reclamé, bajando la voz para no despertar a Isabella.
—Necesito hablar contigo —dijo sin rodeos—. Es importante. Sal un momento.
Noté que algo en su tono no era normal. Estaba tenso, su mirada era