GIULIA
Estaba en la cama, con Isabella entre mis brazos. No podía dejar de acariciarle el cabello. Su respiración tranquila me devolvía la calma que tanto había perdido.
—Te extrañé tanto, mi amor —susurré, besándole la cabeza.
Ella giró su rostro hacia mí, siempre con esa sonrisa dulce que me partía el alma.
—Yo también, mamá. Tenía un poco de miedo cuando Dante me llevó a esa casa. Pero Masha me cuidó… y Roberta también.
Al escuchar el nombre de la perrita, Roberta, que estaba hecha un ovillo en el piso, levantó la cabeza y movió la cola.
—Esa perra nunca te deja sola, ¿eh? —dije sonriendo entre lágrimas.
—Nunca —respondió Isabella, abrazándome más fuerte.
Besé su frente y cerré los ojos un instante. Sentí que todo el sufrimiento había valido la pena solo por volver a tenerla conmigo.
Un golpecito en la puerta me sacó de ese momento. La puerta se abrió despacio y apareció Masha.
—Perdón por interrumpir —dijo con suavidad—. Iván y mi padre quieren verte, Giulia.
Fruncí el ceño.
—¿Y