El filo de la traición era más agudo que cualquier cuchillo. La tenía frente a mí: Giulia. Hermosa, perfecta… y rota. Sus ojos brillaban al borde de las lágrimas, y lo único que me provocaban era más rabia. Porque detrás de esa fragilidad estaba la mentira, el veneno que me había estado consumiendo sin que me diera cuenta.
La tomé del brazo con fuerza, sin darle espacio a moverse ni a justificarse. No quería escuchar su voz, no todavía. La arrastré por el pasillo hasta mi oficina, sentí cómo temblaba bajo mi mano, pero no aflojé el agarre. Cuando cerré la puerta de un golpe, me giré hacia ella.
—Cállate —le dije, cuando intentó pronunciar mi nombre.
Mi voz retumbó en la habitación, grave, cortante.
—Vas a responderme tres preguntas, Giulia —añadí, mirándola directo a los ojos—. Solo sí o no. Nada más.
Ella asintió despacio, con miedo.
—¿Conocías a Riccardo antes de llegar a mi casa?
Su voz tembló, pero salió clara:
—Sí. Pero era policía del caso de mi esposo…
—¡Solo sí o no! —rugí,