Llevamos a la muchacha hasta mi habitación. Apenas cerré la puerta, Fiorella habló primero, con el ceño fruncido.
—Esto es un suicidio, Giulia. Ella es parte de la mafia rusa… ¿tienes idea de lo que significa? Por su culpa enviaron a Leo lejos.
La chica bajó la cabeza, y por primera vez la miré de verdad. Estaba temblando, pero no había miedo en sus ojos, sino una mezcla extraña de tristeza y orgullo.
—Me llamo Masha —dijo con un hilo de voz—. Perdón… no quise que enviaran a Leo tan lejos. Yo solo quería… saber de él. Pedirle disculpas. Mi hermano me dijo que lo habían mandado lejos, pero nunca pensé que fuera cierto.
Se arrodilló ante nosotras, rogando.
—Déjenme quedarme solo una noche. Mañana me iré, lo prometo.
Mi primer impulso fue negarme. Fiorella también lo hizo.
—No, esto es una mala idea —insistió Fiorella.
Pero Masha no se levantó. Sus manos se aferraban a mi vestido, su mirada fija en mí. Había algo en esa desesperación que me desarmó, algo demasiado humano en medio de tan