GIULIA
—¡Isabella! —grité.
Corrí por los pasillos con Fiorella a mi lado, mi respiración entrecortada, el corazón latiéndome con tanta fuerza que apenas podía oír otra cosa. Entré de nuevo a la habitación del sótano, buscándola con la mirada como si de pronto fuera a aparecer bajo la cama o tras la puerta. Nada.
—No está —dije, sintiendo cómo la desesperación me mordía por dentro.
Fiorella me miró con preocupación, pero sin perder la calma.
—Vamos a buscar por los alrededores, debe estar cerca.
Subimos las escaleras apresuradamente y doblamos por el pasillo principal cuando apareció Marco. Al vernos, frunció el ceño.
—¿Terminó ya el desayuno?
—No —le dije, sin aliento—. Isabella desapareció. Tuve que salir. ¿No la viste?
Marco me lanzó una mirada dura, su expresión cambió de preocupación a rabia.
—¿Saliste del comedor en pleno desayuno del jefe?
—Tenía que hacerlo, Marco. Mi hija está perdida. Esta casa es nueva para ella, no puede ver… no conoce los pasillos…
—Tienes que volver ahora