Dante
El regreso a casa fue silencioso, cargado de una tensión que no quise romper. Apenas el auto se detuvo frente a la entrada, vi a Fiorella esperándonos con una sonrisa amable. Abrió la puerta trasera y sacó a Isabella con cuidado, estrechándola entre sus brazos mientras le preguntaba con dulzura cómo le había ido con el médico.
—Muy bien, tía Fiorella, pronto voy a ver… —respondió la niña, con un entusiasmo que me atravesó como un cuchillo y me dejó un extraño calor en el pecho.
Marco salió del auto, cerrando la puerta tras de sí, y en ese instante supe que tenía a Giulia solo para mí. No lo dudé ni un segundo más. La tomé de la nuca y la besé con hambre contenida, con toda la fuerza que había reprimido desde la noche anterior.
—Desde ayer quiero besarte así —murmuré contra sus labios, con la respiración agitada.
Ella intentó apartarse, pero la sostuve firme, jalándola hacia mí. La subí sobre mis piernas, y con ambas manos sujeté sus caderas, guiándola a moverse contra mí, a fro