Ameline se levantó de la cama con pasos lentos, sus músculos adoloridos protestando con cada movimiento, un recordatorio físico de la intensidad de la noche.
Caminó hacia el baño, su cuerpo aún cálido pero su mente un torbellino de reproches.
“¿Cómo pude dejar que pasara otra vez?”, se repetía, la culpa pesándole como una losa.
Abrió el grifo de la bañera, dejando que el agua caliente llenara el espacio con vapor, y se sumergió lentamente, el calor envolviendo su piel como un intento de lavar no solo el cansancio, sino también la confusión que la consumía.
Mientras el agua la rodeaba, sus pensamientos seguían girando. “No volveré a cometer este error”, se prometió, apretando los puños bajo el agua. “No dejaré que Seth me controle”.
Pero entonces, su mente traicionera comenzó a divagar…
Imaginó despertar junto a él cada mañana, su cuerpo cálido contra el suyo, besarlo cuando quisiera, salir juntos, reír, imaginar una vida donde su bebé creciera con ambos como una familia. La fantasí