No quiero que me odies

Ameline retrocedió, asustada por la amenaza de Seth, porque sabía que él era perfectamente capaz de matar.

Había estado simplemente jugando a coquetear con Kenneth, simplemente probando su talento de seductora, en parte por estar molesta por saber que Seth la creía suya, pero había llegado muy lejos, y no espero que Kenneth tuviera las agallas para intentar algo con ella y ahora… los dos estaban en grandes, enormes, gigantescos problemas.

Podía notar los puños de Seth temblando, sus ojos mirándola fijamente, sin parpadear, su mandíbula tensa y apretada por la furia contenida.

Tragó saliva.

Ameline no podía dejar de mirarlo.

Seth estaba al borde. Lo conocía lo suficiente como para reconocer esa rigidez en los hombros, ese leve temblor en las manos que permanecían formando puños de nudillos peligrosamente blancos.

Respiraba lento y profundo, como si cada segundo se estuviera conteniendo de hacer algo brutal. Peligroso.

Ella sintió cómo la garganta se le secaba. Por un instante —un
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