El silencio tenía otro sabor cuando Alessandro no estaba.
La casa seguía igual: los pasillos impecables, el aroma del café cada mañana, los mismos guardias cambiando turno en la entrada. Pero todo parecía más… liviano.
Quizá porque no tenía que medir cada palabra ni adivinar qué pensaba él detrás de esa mirada fría.
Me levanté temprano y me alisté para ir a la empresa. Afuera, Axel ya me esperaba, puntual como siempre. Desde que Alessandro se fue, él se había vuelto casi una sombra protectora, discreta pero presente.
—Buenos días, señora Moretti —saludó con una leve inclinación.
—Buenos días, Axel.
No hubo más conversación. Pero había algo en su tono, una mezcla de respeto y lealtad que me hacía sentir segura. Alessandro confiaba plenamente en él… y eso, de algún modo, me daba cierta calma.
Durante el trayecto a la empresa, observé el reflejo del amanecer en la ventana. A veces me preguntaba dónde estaría Alessandro exactamente, qué estaría haciendo, si pensaba en mí aunque fuera por