El eco de mis tacones resonaba sobre el mármol pulido mientras seguía a Alessandro por aquel pasillo interminable. Sus pasos eran firmes, dominantes, como si el mundo entero le perteneciera, mientras que los míos intentaban no delatar el temblor de mis rodillas. El aire del edificio estaba impregnado de un aroma sutil a madera fina y perfume costoso; cada rincón brillaba con un lujo tan sofisticado que parecía diseñado para imponer respeto.
A un lado, Axell se detuvo. Se quedaría fuera de la sala, pero antes de que la puerta se cerrara detrás de nosotros, me regaló una mirada rápida, como un recordatorio de que no estaba sola. Respiré hondo, obligándome a mantener el porte erguido, aunque por dentro mis nervios se retorcieran.
La sala de reuniones era amplia, iluminada por ventanales que dejaban entrar la luz de la tarde. Una mesa larga de caoba ocupaba el centro, rodeada de hombres y mujeres trajeados que se levantaron de inmediato al ver entrar a Alessandro. El respeto hacia él era