La torre negra estaba envuelta en una niebla espesa. Selene caminaba descalza sobre las piedras frías, su vestido de sombras rozando el suelo como una serpiente paciente. Todo en ella respiraba poder, obsesión y triunfo silencioso. Frente a ella, Fenrir estaba de pie. Su torso desnudo mostraba las marcas nuevas: venas ennegrecidas, una runa oscura creciendo en su espalda y la mirada cada vez más lejana. Ya casi no pestañeaba. Ya casi no recordaba.
—Estás listo para más —susurró Selene mientras llenaba la copa de obsidiana con el elixir espeso y negro—. Cada gota borra lo que fuiste… y te acerca a lo que debes ser.
Fenrir bajó la mirada. Respiraba como un animal contenido. Las palabras de Selene eran un eco constante que le atravesaba los huesos.
—Hoy es luna llena —continuó ella, acariciando su rostro—. El momento perfecto para reforzar nuestro lazo. La luna no sospecha… y la luz no te protegerá esta vez. —Él no respondió, pero tampoco se resistía. Selene alzó la copa.
—Bebe, y con es