El bosque ya no era el mismo.Donde antes las sombras reptaban como serpientes al acecho, ahora las flores crecían incluso entre las raíces más antiguas. Los ríos cantaban sin miedo, las criaturas salían de sus madrigueras y la luna… la luna brillaba con un fulgor nuevo. Limpio. Firme. Como si celebrara, cada noche, el triunfo de su hija.La manada también había cambiado.Las cicatrices aún estaban allí, sí, pero ahora eran medallas. El miedo, una memoria. Y la esperanza, una costumbre. Habían reconstruido todo desde los cimientos, y el bosque prohibido se había convertido en el nuevo hogar.El aire aquella noche era dulce, impregnado del aroma de frutas maduras y corteza tibia. Las hogueras no ardían por guerra, sino por fiesta. La música de los tambores hechos con piel de ciervo retumbaba suave, acompañada del aullido rítmico de los más jóvenes. Loba y lobo danzaban bajo las estrellas. Las risas llenaban el claro, y la felicidad se extendía como el perfume de la tierra mojada.Porqu
Cuatro años despuésEl claro sagrado había cambiado.Ya no era solo un espacio de reunión, sino un santuario. Allí crecían flores que no existían en ningún otro rincón del bosque. Las piedras tenían grabados antiguos, con los nombres de los caídos y los pactos de paz. El altar central brillaba con luz plateada cada luna llena, como si la misma diosa se asomara a mirar a su descendencia.Y entre todos los presentes, una figura destacaba con fuerza salvaje y ternura innata.—¡Aenor! —gritó una voz infantil entre los árboles—. ¡Te vas a perder la ceremonia otra vez!El niño salió corriendo de detrás de un tronco caído, cubierto de barro hasta las rodillas, con una rama en la mano que usaba como espada.—¡Ya voy, Teyra! ¡Solo estaba espantando las sombras!Tenía los ojos de su madre. El porte de su padre. Y la maldita costumbre de meterse donde no debía… también herencia de ambos.Aenor tenía cuatro años, pero su presencia en el bosque era como la de un alfa de veinte. Desde que nació, la
El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: de
La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.Estaba en un río.El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.Cael. Selene. La traición.Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N
Ulva permaneció de rodillas sobre la tierra húmeda, su respiración aún entrecortada por el peso de la visión que acababa de experimentar. Su mente estaba atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía saber y la verdad que acababa de revelarse.No era solo la hija del Alfa Darian. No solo era la futura líder de la manada Silvermoon. NO! Era nada más y nada menos que la heredera de un linaje antiguo, uno que todos creían extinto.El anciano guardián la observaba en silencio, con la paciencia de quien ha esperado mucho tiempo por este momento. Sus ojos brillaban como si en su interior escondieran la luz misma de la luna.—Tu madre lo sabía, Ulva. —dijo con voz pausada—. Sabía que su hija no era una simple licántropa. —Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Por qué nunca me dijo nada? ─El anciano dejó escapar un suspiro y comenzó a caminar alrededor del santuario. Su silueta se fundía con la bruma, como si formara parte de ella.—Porque no tuvo tiempo. ─Las palabr
Ulva jadeaba, con las manos temblorosas y la piel cubierta de un sudor frío. El poder que había brotado de su interior seguía vibrando en sus venas, ardiente como la luz de la luna. Frente a ella, los restos de las criaturas de la oscuridad se desvanecían en el viento. Había ganado, pero no se sentía victoriosa. Su cuerpo temblaba. Sus piernas estaban al borde de ceder. Su mente aún no comprendía qué había pasado.¿Qué era esa energía que había surgido de ella? ¿Desde cuándo podía hacer eso? Miró sus manos con horror. Ya no eran solo las de una licántropa. Algo más dormía en su interior, algo que nunca antes había sentido. El anciano guardián la observaba con atención, pero no dijo nada. Esperaba que ella hablara primero, pero Ulva no tenía palabras.>La luna brillaba sobre su cabeza, más intensa que nunca. Era como si estuviera observándola, evaluándola. Un nudo se formó en su pecho. No podía seguir ignorándolo. Algo dentro de ella estaba despertando y no sabía si
El amanecer bañaba el bosque con un resplandor dorado, pero Ulva no estaba de humor para apreciar su belleza. Después de la prueba con el anciano, había despertado con un dolor en cada músculo de su cuerpo. Todo le dolía, sentía sensaciones que no entendía, impulsos y deseos fuertes. Su piel resplandecía mientras experimentaba las nuevas sensaciones y efectos.Caminaba con pasos torpes, sintiendo como si una manada de bisontes le hubiera pasado por encima. Tal vez usar la energía de la luna no era tan fácil como parecía.—Podrías haberme dicho que casi mueres la primera vez que usas tu poder. —murmuró para sí misma, frotándose los hombros. El anciano solo le había sonreído con esa calma desesperante suya antes de despedirse."Sobreviviste. Eso es lo único que importa."—¡Oh, claro! Porque casi explotar en energía lunar era completamente normal. —Bufó y siguió caminando, sintiendo que sus piernas eran dos troncos pesados. ¿En qué momento se había metido en todo esto?Ah, cierto, cuando