El fuego central del campamento ardía con una intensidad inusual. Todos los guerreros estaban reunidos, formando un círculo cerrado alrededor de Kaelion, que se mantenía de pie con los brazos cruzados, el rostro serio, el pecho aún vendado por la herida que uno de los minotauros le había provocado. Ulva estaba sentada a un costado, flanqueada por Lira y Karsen. Aunque sus ojos se mantenían firmes, por dentro sentía el tambor de la visión aún latiendo en su alma.
—Ya no podemos esperar —dijo Kaelion con voz grave—. Selene está usando magia oscura que supera nuestras defensas. Nos está observando. Acechando. La luna ya no es suficiente escudo.
—¿Y qué propones? —preguntó uno de los guerreros.
—Proteger a la luna. A Ulva —respondió Kaelion, sin rodeos—. Ella es el centro de esto. Si la oscuridad la captura, todo estará perdido. Necesitamos reforzar la seguridad en torno a ella, formar un escudo físico y mágico.
Un murmullo recorrió el círculo. Algunos asentían, otros dudaban, pero fue el