Mientras Ulva reflexionaba en el monte, el campamento comenzaba a agrietarse por dentro. Los guerreros se dividían en silencio. Algunos miraban a Kaelion con lealtad inquebrantable, otros buscaban la figura solitaria de Fenrir como un viejo líder que había regresado del abismo. Nadie se atrevía a nombrarlo, pero todos sabían: la luna no podía dividirse para siempre. En los susurros de los más viejos, ya se hablaba de presagios, de cambios inevitables y en las miradas de los jóvenes, comenzaba a nacer una tensión callada.Kaelion mantenía su temple. Patrullaba, entrenaba, organizaba como si nada estuviera fuera de lugar. Pero sus noches eran largas. Dormía poco. Hablaba menos. Las ojeras comenzaban a marcar su rostro, y aunque su voz seguía siendo firme, ya no era tan serena como antes.Una tarde, mientras reparaba los muros del recinto sur, se le acercó un joven guerrero.—Mi alfa... ¿Ulva regresará con usted? —Kaelion lo miró, y por primera vez no hubo certeza en su voz:—Eso solo lo
Pero la oscuridad nunca descansa. En medio de la noche, cuando el sueño había envuelto al campamento en un abrazo profundo, una grieta se abrió en el tejido de la realidad. Nadie la escuchó. Nadie la vio. Pero el bosque se enmudeció. Las luciérnagas desaparecieron. Y un vaho negro se arrastró desde el límite del mundo.Selene había vuelto. No con ejércitos. No con hechizos ruidosos. Sino como una sombra antigua que sabe dónde cortar para que el alma sangré. Apareció dentro de la cabaña de Ulva y Kaelion como un suspiro helado. Ulva despertó con la piel erizada. Kaelion se incorporó de inmediato, pero una fuerza invisible lo arrojó contra la pared.—¡Ulva! —gritó, luchando por liberarse. —Selene, vestida con una capa de sombras vivas, extendió la mano hacia Ulva.—Esta vez no vengo por tu cuerpo, loba... vengo por tu alma. —Ulva se alzó desnuda, con los ojos llenos de fuego. Pero Selene ya había comenzado el conjuro. Un vórtice oscuro se abrió en el suelo. No era solo un hechizo. Era u
La primera luz del alba se colaba entre los árboles con timidez, como si temiera perturbar el suspiro dormido del bosque. El campamento aún olía a ceniza, a madera chamuscada, a dolor reciente… pero también a esperanza.Ulva respiró hondo. El aire fresco la recibió con suavidad. Estaba envuelta en una manta, acurrucada contra el pecho cálido de Kaelion, que aún dormía —o tal vez fingía hacerlo para no soltarla. Su brazo pesaba sobre su cintura, su mentón reposaba en su cabeza, su corazón latía en calma… por primera vez en noches eternas.Por un instante, Ulva cerró los ojos y se permitió el lujo de quedarse ahí. En esa burbuja de calor y amor. Pero la paz era un lujo que ya no podía permitirse.Abrió los ojos con lentitud. El interior de la cabaña seguía medio destruido, con los tablones caídos, las paredes agrietadas por el hechizo de Selene. La marca en su cuello, la que la unía a Kaelion, ardía como una brasa suave… viva. Conectada. No dolía. No apretaba. Solo latía. Y eso era todo
Ulva se quedó de pie frente a su gente, respirando hondo, dejando que la fuerza del momento la atravesara como una corriente viva. No importaba cuánto doliera. No importaba cuánto miedo quedara en sus huesos. Ella era la heredera de la luna y esta manada era su legado.El día transcurrió entre reconstrucciones, silencios cargados y miradas determinadas. Kaelion organizó pequeños grupos para recoger maderas, reforzar las defensas improvisadas y cuidar a los heridos. Cada tanto, sus ojos buscaban a Ulva como un imán. Cada tanto, ella le devolvía una pequeña sonrisa, apenas un susurro de conexión, de “sigo aquí”.Cuando el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de un dorado triste, Ulva se separó del bullicio. Caminó sola hacia un claro del bosque, apenas a unos metros del campamento. Allí, en el centro de la hierba alta, había un círculo de piedras antiguas. Las piedras de sus ancestros. El sitio donde, según las leyendas, la primera Alfa de su sangre había hecho su juramento a la lu
Fue cuando la luna alcanzó su cenit que ocurrió. Un aullido desgarrador rompió la noche. No era un aullido de su manada. Era algo más antiguo,más oscuro. Kaelion se tensó como un resorte. Ulva giró sobre sus talones, buscando el origen del límite del bosque, entre las sombras, emergió un lobo, pero no era un lobo cualquiera.Su pelaje era negro como el vacío. Sus ojos, rojos como carbones encendidos. Su cuerpo, cubierto de cicatrices imposibles. Una criatura que parecía arrastrar consigo el hedor del abismo.—Selene… —murmuró Ulva, su voz endureciéndose. Kaelion ya estaba a su lado, el cuerpo tenso, las garras extendidas. El lobo oscuro se detuvo al borde del campamento. No atacó, ni gruñó, solo abrió la boca… y habló. Una voz antinatural, retorcida, surgió de su garganta:—La luna caerá… El eclipse reinará… La oscuridad devorará cada aullido, cada latido… No hay futuro para los hijos de la luz. —El mensaje cayó sobre ellos como un manto helado. Los guerreros retrocedieron un paso ins
El choque fue brutal. Cuerpos contra cuerpos. Garras contra espadas. Gritos contra gruñidos. Ulva peleaba como una tormenta. Su cabello blanco era un relámpago entre las sombras. Su daga encontraba su camino una y otra vez, cortando, hiriendo, defendiendo. Kaelion luchaba a su lado, sus movimientos precisos, letales. Eran dos danzas entrelazadas: furia y precisión, amor y guerra, pero por cada Engendro que caía, otro surgía. Era una marea interminable. Ulva gruñó, la sangre salpicándole el rostro. —¡No podemos quedarnos aquí! —gritó Kaelion. Ella lo sabía. El campamento era una trampa mortal si no se movían ya. —¡Hacia el bosque prohibido! —ordenó Ulva. Los guerreros comenzaron a retroceder en formación, cubriéndose mutuamente. Era una retirada estratégica, no una huida. Ulva cerraba la marcha, su daga manchada, sus músculos ardiendo. Kaelion cubría su flanco izquierdo, su espada un remolino de muerte. Finalmente, cruzaron el límite del claro, adentrándose en el bosque. Las sombras
El eclipse seguía avanzando como una herida que se abría sobre el cielo. El sol era apenas una cicatriz brillante detrás de la luna, y el bosque vibraba con energía oscura. Las raíces se agitaban, el aire olía a tierra mojada y a sangre fresca. El mundo entero parecía inclinarse hacia el abismo, pero Ulva se mantenía firme.A su alrededor, el caos. Guerreros luchando, cayendo, levantándose. Gritos que se perdían entre el retumbar del viento y los alaridos de las criaturas de Selene. Algunos lloraban, otros rugían. El campamento improvisado que habían intentado montar en el corazón del bosque ahora ardía. Las llamas no daban calor, sino advertencia. Era el fin. O el principio.Selene flotaba sobre todos como una diosa antigua. Su túnica negra parecía hecha de la misma oscuridad del eclipse. Su cabello ondeaba como una llamarada al revés, y sus ojos… sus ojos ya no eran humanos. Eran dos espejos rotos donde el dolor de generaciones se reflejaba.—¡Eres débil, Ulva! —bramó, su voz reverb
El bosque ya no era el mismo.Donde antes las sombras reptaban como serpientes al acecho, ahora las flores crecían incluso entre las raíces más antiguas. Los ríos cantaban sin miedo, las criaturas salían de sus madrigueras y la luna… la luna brillaba con un fulgor nuevo. Limpio. Firme. Como si celebrara, cada noche, el triunfo de su hija.La manada también había cambiado.Las cicatrices aún estaban allí, sí, pero ahora eran medallas. El miedo, una memoria. Y la esperanza, una costumbre. Habían reconstruido todo desde los cimientos, y el bosque prohibido se había convertido en el nuevo hogar.El aire aquella noche era dulce, impregnado del aroma de frutas maduras y corteza tibia. Las hogueras no ardían por guerra, sino por fiesta. La música de los tambores hechos con piel de ciervo retumbaba suave, acompañada del aullido rítmico de los más jóvenes. Loba y lobo danzaban bajo las estrellas. Las risas llenaban el claro, y la felicidad se extendía como el perfume de la tierra mojada.Porqu