En los días que siguieron al incidente del hospital, la rutina de ejercicio que había forjado un lazo invisible entre Damon y Harper se desmoronó.
La brecha que se había abierto entre ellos, una línea fina y peligrosa, se hizo más ancha. La torcedura de tobillo de Harper fue el pretexto físico, pero la verdadera distancia era emocional.
Harper se mantenía hermética, con una expresión de preocupación permanente que Damon no sabía cómo interpretar. Él, acostumbrado a descifrar intenciones y manipular situaciones en el mundo de los negocios, se sentía impotente ante su silencio, mientras la ansiedad se apoderaba poco, a poco de él.
Necesitaba saber qué había cambiado, qué había hecho mal. Se dio cuenta con un escalofrío de que la niñera, la mujer de ojos atormentados y risa suave, le importaba mucho más de lo que jamás se atrevió a admitir. Su bienestar y su presencia se habían vuelto tan esenciales para él, como para Peter.
En esto pensaba él, pero Harper era otra cosa, evitaba los espa