Treinta y seis

Katerina mira a Gio a la expectativa y su corazón va aumentando el ritmo de los latidos a medida que él se acerca a ella.

Gio se quita el estetoscopio del cuello y se lo pone en las orejas; a continuación, coloca la campana del aparato en el pecho de ella para simular que le escucha el corazón.

—Uy, tu pulso se ha elevado; ha de ser por la calentura y las ganas que tienes de que yo te folle rico. Dime, paciente calenturienta y sexy, ¿es eso?

Katerina se pone más roja que un tomate y baja la mirada con vergüenza.

—¡Qué cosas dices! —chilla escandalizada.

Ver sus facciones tímidas y ese hermoso sonrojo en su piel lo hace sonreír malicioso.

—Eres tan cachonda como yo. Ambos estamos excitados sin siquiera haber empezado los juegos preliminares.

—¡Hablas por ti, indecente! —exclama ofendida—. Yo no soy como tú; tampoco estoy excitada.

—Sí, lo estás. Mira, como tu doctor y el profesional aquí, sé lo que te estoy diciendo. Te resaltaré los síntomas para que veas que no miento ni hablo por ha
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