Treinta y cinco

Después de cenar, ellos se dirigen al lugar donde la fogata se encuentra encendida, mientras varias personas bailan al ritmo de la música folklórica.

Se sientan alrededor del fuego junto a los demás y cantan al unísono con los músicos.

—¡Cantas horrible! —exclama Katerina entre risas.

—¡Claro que no! Si soy todo un artista. Lo que sucede es que tú no sabes valorar el talento innato —se defiende Gio con gestos juguetones.

—Sí, el talento de torturar con tu voz —espeta ella, y luego estalla en carcajadas.

—¡Qué chismosa y envidiosa eres! —exclama él con una mueca—. Ya que no te gusta mi manera de cantar, ¿podemos bailar? —pregunta.

Ella asiente con una gran sonrisa.

Gio se levanta con entusiasmo y le extiende una mano.

Katerina se sostiene de su palma y es jalada por él; como resultado, choca con el pecho firme de su esposo.

Con una carcajada, Katerina se aferra a Gio y cruza los brazos alrededor de su cuello; él, por su parte, le sujeta las caderas con un agarre tan sexy como posesivo.
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