Dentro de La Casona Vieja, la oscuridad era casi absoluta, solo interrumpida por tenues rayos de luz que se filtraban por las rendijas de las ventanas tapiadas y los agujeros del techo. El silencio era opresivo, roto únicamente por el crujido ocasional de sus propios pasos sobre el suelo cubierto de polvo y escombros. El aire estaba viciado, con un olor mezcla de humedad, madera podrida y algo más... algo metálico y vagamente inquietante.
Richard avanzaba con extrema cautela, guiándose por el tacto y la escasa luz. Palpaba las paredes desmoronadas, evitando tropezar con los objetos caídos. Podía sentir la presencia fantasmal del pasado en cada rincón, la sensación de que la casa observaba sus movimientos.
Llegó a lo que parecía ser un antiguo salón, donde la luz era ligeramente mayor gracias a un hueco en el techo. Allí pudo distinguir algunos muebles cubiertos de polvo y telarañas: un sofá desvencijado, una mesa volcada, la silueta de lo que pudo haber sido un piano. No había señales