Valentina llega a la misteriosa Villa Esperanza tras encontrar una antigua postal que despierta una inexplicable conexión con el lugar. En su búsqueda por desentrañar el secreto detrás de la postal, conoce al encantador Richard, nieto del enigmático Anselmo, y juntos se ven envueltos en una serie de extraños sucesos y sueños premonitorios que giran en torno a la figura de una joven llamada Esperanza, fallecida en el mismo año en que Valentina nació. Guiados por los crípticos enigmas de Anselmo y la sabiduría de la solitaria Vieja Elara, Valentina y Richard descubren una fotografía dividida que parece ser una pieza clave del rompecabezas. Mientras buscan la otra mitad, una conexión emocional comienza a florecer entre ellos, un "enigma del amor" que se entrelaza con el misterio que rodea a Esperanza. A medida que profundizan en la investigación, Valentina descubre impactantes coincidencias entre su propia vida y la de Esperanza, sembrando la duda sobre su verdadera identidad y su inesperado vínculo con Villa Esperanza. Anselmo y Elara, conocedores de un secreto largamente guardado, guían a Valentina en su camino hacia la verdad, buscando que ella descubra su pasado a su propio ritmo, sin sucumbir a la angustia. ¿Quién fue realmente Esperanza? ¿Qué oscuro secreto se oculta en Villa Esperanza? Y ¿qué conexión une el destino de Valentina con el de la joven fallecida hace años, en un enigma donde el amor y la verdad se entrelazan de forma inesperada?
Ler maisEl apartamento de Gustavo. La tensión en el aire es palpable. Estamos sentados en el sofá, pero la distancia entre nosotros parece insalvable. Sus palabras resuenan en mi cabeza, como un eco lejano y doloroso. "Tiempo", dice. "Necesitas tiempo". ¿Tiempo para qué? ¿Para que se desvanezca lo que sentimos? ¿Para que se enfríe el amor que creí eterno?
Miro a Gustavo, buscando en sus ojos alguna señal de duda, de arrepentimiento. Pero solo veo preocupación, una preocupación que me duele más que la indiferencia. Se supone que nos vamos a casar. En unos meses.
Él se acerca, intenta tomar mi mano, pero me aparto. No quiero su consuelo, no quiero su lástima. Quiero que me entienda, que me apoye. Pero él solo ve mi dolor, mi confusión. Y cree que la solución es alejarme, dejarlo todo atrás.
—Valentina, cariño, tenemos que hablar.
—Ya lo estamos haciendo, ¿no?
—Sé que estás pasando por un momento difícil con lo del trabajo. Y me duele verte así.
—¿Así cómo?
—Desanimada, perdida. Necesitas un respiro.
—¿Un respiro? ¿Ahora?
—Sí. Un tiempo para ti. Para que te recuperes. Para que vuelvas a ser tú misma.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Me encierre en casa a esperar a que todo pase?
—No, no digo eso. Pero quizás... quizás deberías alejarte un poco de todo. Desconectar.
—¿Alejarme? ¿Como si nada estuviera pasando? Gustavo, esto es importante para mí.
—Lo sé, cariño. Pero a veces, hay que saber cuándo parar. No puedes seguir luchando contra molinos de viento.
—¿Y tú? ¿No vas a apoyarme? ¿No vas a estar a mi lado?
—Siempre estaré a tu lado, Valentina. Pero creo que necesitas tiempo. Tiempo para pensar, para reflexionar. Creo que ambos necesitamos un respiro, insiste. Tú necesitas un respiro.
—¿Un respiro? ¿De qué? ¿De la vida? ¿De nuestro amor? Siento una mezcla de rabia y decepción. ¿Acaso no ve que esto me destruye? ¿Que me siento sola, perdida, sin rumbo? ¿Y tú no?, ¿No necesitas tiempo para pensar en si realmente quieres casarte conmigo?—Con voz temblorosa—Pensé que tú eras diferente. Pensé que me entenderías.
—Y te entiendo, cariño. Pero me preocupas. No quiero verte sufrir.
—(Con lágrimas en los ojos) Pensé que eras el amor de mi vida. Pensé que me apoyarías en todo.
—Y lo soy, Valentina. Y te apoyo. Pero a veces, el amor también significa saber cuándo dar un paso atrás.
En el momento más tenso de la conversación, mi teléfono suena. Un número desconocido. Un mal presentimiento me invade. "Lo que me faltaba", pienso, "mi jefe. En el peor momento".
—¿Sí? —respondo, con la voz cargada de impaciencia.
—Valentina, soy Ramírez. Necesito que vengas a la oficina lo antes posible.
—¿Ahora? Sr. Ramírez, estoy...
—Es urgente, Valentina. No puedo darte detalles por teléfono.
Un escalofrío me recorre la espalda. ¿Qué habrá pasado? ¿Acaso la situación con mi artículo se ha complicado aún más?
—Sí, señor Ramírez. Ya voy para allá —respondo, con un suspiro de resignación.
Cuelgo el teléfono y miro a Gustavo. Su expresión es una mezcla de frustración y preocupación.
—Tengo que irme —le digo, con la voz apagada—. Es mi jefe.
—Claro —responde Gustavo, con un tono cortante—. Supongo que es más importante que nuestra conversación.
—No digas eso, Gustavo. Esto podría ser importante.
—Sí, claro. Siempre hay algo más importante que nosotros.
—Por favor, no lo hagas más difícil.
—Está bien —dice Gustavo, con un suspiro—. Hablamos después.
Me levanto del sofá, sintiéndome más sola que nunca. La llamada de mi jefe es como una sentencia, una confirmación de que mi vida está fuera de control. Salgo del apartamento de Gustavo, con la sensación de que estoy dejando atrás algo importante, algo que quizás nunca recupere.
Me encuentro en la oficina del Sr. Ramírez. Un espacio que siempre me había parecido símbolo de éxito y poder, ahora se siente como una jaula dorada. Las vistas panorámicas de la ciudad, que antes me inspiraban, hoy solo me recuerdan lo lejos que estoy de alcanzar mis metas. El Sr. Ramírez está sentado detrás de su escritorio, su rostro reflejando una seriedad que presagia malas noticias. Yo, Valentina Márquez, estoy frente a él, con una mezcla de ansiedad y resignación. Sé que lo que tengo que escuchar no será agradable.
—Valentina, hemos tenido que hablar. La situación con tu último artículo... ha generado más revuelo del que anticipamos.
Valentina levanta la vista, pero no dice nada.
—Sabes que siempre he valorado tu trabajo. Eres una periodista excepcional, con un talento innegable. Pero esta vez... las cosas se han complicado.
El Sr. Ramírez se levanta y se acerca a la ventana, mirando hacia la ciudad.
—Hay presiones desde arriba, Valentina. Presiones muy fuertes. El ambiente político está muy tenso, y tu artículo ha tocado fibras sensibles.
Se gira hacia Valentina, con una mirada comprensiva.
—He intentado protegerte, pero la verdad es que la situación se ha vuelto insostenible. Necesitas tomarte un tiempo.
Valentina frunce el ceño, con incredulidad.
—¿Tiempo? ¿Qué quiere decir?
—Unas vacaciones, Valentina. Un tiempo para que las cosas se calmen. Para que el polvo se asiente.
—¿Vacaciones? ¿Ahora? ¿Después de todo lo que he investigado?
—Lo sé, Valentina. Sé que esto es difícil para ti. Pero es lo mejor para todos. Necesitas salir de la ciudad, alejarte de todo esto.
—Pero...
—Sin peros, Valentina. Lo he consultado con los abogados de la empresa, y lo mejor es que te tomes unas vacaciones pagadas. No te preocupes por el dinero.
—Esto es injusto.
—La vida no es justa, Valentina. A veces, tenemos que aceptar las cosas como vienen.
El Sr. Ramírez se acerca a su escritorio y toma un sobre.
—Aquí tienes. Un adelanto de tu paga y unos días de vacaciones extra. Tómalo como una oportunidad para reflexionar.
Valentina toma el sobre, con una mezcla de rabia y decepción. Se va sin despedirse.
Valentina sale de la oficina, sintiéndose derrotada.
Cuando llega a su casa se dirige al ático.
El polvo en el ático picaba en mi garganta, a pesar del pañuelo que cubría mi nariz y boca. Cada movimiento levantaba una nube grisácea que danzaba en el único rayo de luz amarillenta que se colaba de la bombilla colgante. Aparté una pila de cajas carcomidas, tosiendo con cada esfuerzo, cuando mis ojos se posaron en algo en un rincón: un baúl viejo, cubierto de una gruesa capa de polvo, como si llevara siglos olvidado.
Vaya, ¿qué es esto?, murmuré para mí misma. No tenía ningún recuerdo de que tuviéramos un baúl guardado aquí arriba. Me acerqué con cautela, una punzada de curiosidad mezclada con la pereza de remover más trastos viejos. Dudé un instante antes de apoyar las manos en la tapa. Un chirrido lúgubre resonó cuando la levanté, liberando un olor denso a polvo y humedad, un aroma a tiempos pasados.
Esto debe llevar aquí años, pensé, arrugando la nariz. Comencé a remover los objetos que yacían en el interior: cartas amarillentas atadas con cordones deshilachados, fotografías descoloridas con bordes dentados, pequeños objetos de recuerdo que no significaban nada para mí. De repente, mi mano se detuvo sobre algo plano y rectangular.
¿Qué es esto?, dije en voz baja, la curiosidad picándome. Saqué una postal y la observé a la tenue luz. Era la imagen de un pintoresco pueblo costero, con casas de colores vibrantes apiñadas alrededor de un puerto tranquilo, donde pequeños barcos de pesca descansaban sobre aguas serenas. Nunca había visto un lugar así.
Volteé la postal y leí la frase escrita a mano con una caligrafía elegante y desvanecida: Donde los secretos duermen, la verdad espera. Abajo, una sola línea: ¿Villa Esperanza? El nombre no me sonaba de nada. Nunca había oído hablar de ese lugar.
Examiné la postal con más detenimiento, pasando mis dedos por la superficie rugosa del papel. ¿Cómo ha llegado esto aquí?
Un destello de determinación encendió mis ojos. Tengo que ir a Villa Esperanza.
Valentina se acercó a Richard, su rostro reflejando la profunda angustia que la embargaba tras la terrible revelación. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su voz temblaba ligeramente al hablar.—Richard... me siento tan angustiada —susurró, tomando sus manos entre las suyas—. Mi padre... fue él quien mató al tuyo. ¿Cómo... cómo podemos superar esto?Richard apretó sus manos con ternura, su mirada llena de amor y comprensión. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, permitiéndole sentir su apoyo incondicional.—Mi amor —dijo con voz suave pero firme, apartándose delicadamente para mirarla a los ojos—. Lo que pasó... lo que tu padre hizo... fue un acto terrible, pero eso no va a afectar lo que siento por ti. Tú no eres responsable de sus acciones.Continuó, con una sinceridad que llegaba al corazón de Valentina.—Lo que siento por ti es verdadero, profundo. Nada de esto va a hacer que deje de amarte. Eres la mujer que amo, mi compañera. Juntos superaremos esto, como hemos superado tan
La llegada del señor Contreras a la mansión fue un torbellino de angustia y desesperación. Apenas unas horas después del terrible suceso, su vehículo irrumpió por el camino de entrada a toda velocidad, deteniéndose bruscamente frente a la casa. Se bajó del coche como un torbellino, su rostro pálido y demacrado, sus ojos inyectados en una mezcla de terror y furia.Sin prestar atención a los policías que aún se encontraban en la escena, irrumpió en la mansión gritando con una voz desgarradora que resonó por toda la casa:—¡Javier! ¡¿Dónde está mi hijo?! ¿Qué ha pasado aquí? ¡¿Dónde está Javier?!Su mirada frenética recorrió el recibidor, deteniéndose en los rastros de la confrontación en el comedor, en las manchas oscuras que aún quedaban en el suelo. Su angustia se intensificó al no ver a su hijo de inmediato.El señor Contreras irrumpió en el comedor como un volcán en erupción, su voz retumbando con una mezcla de furia y desesperación. Su mirada frenética se clavó en Richard, luego en
—Y no voy a permitir que vea lo que hay en su interior —concluyó Gustavo, avanzando lentamente hacia la mesa donde descansaba el cofre recién abierto. Sus ojos oscuros se clavaron en Valentina, destilando un odio frío y obsesivo. Los dos hombres que lo acompañaban se desplegaron a sus flancos, observando al grupo con una amenaza silenciosa. El comedor, se había convertido en el escenario de un enfrentamiento peligroso. Richard se interpuso entre Gustavo y Valentina, con los puños apretados. —No te dejaremos acercarte, Gustavo. Este cofre pertenece a Valentina. Javier se colocó al lado de Richard, su rostro mostrando una mezcla de rabia y determinación. —Te advertimos que te mantuvieras alejado. No tienes nada que ver con esto. Magaly se aferró al brazo de Javier, temblando pero sin apartar la mirada de Gustavo. Incluso la madre de Javier y Elena, aunque confundida, parecía percibir el peligro y se acercó un poco más al grupo, como buscando protección. Gustavo soltó una
De vuelta en la cabaña de Elara, la urgencia llenaba el aire mientras desplegaban las viejas mantas sobre la mesa de madera. El tejido suave y descolorido evocaba recuerdos de una infancia lejana, pero ahora contenía la promesa de desvelar un secreto largamente guardado.Valentina y Richard extendieron las mantas con cuidado, alineándolas una junto a la otra. Tal como recordaba Valentina, los patrones de flores tejidas se entrelazan de forma armoniosa, creando una conexión visual entre las piezas.—Miren —dijo Valentina, señalando un detalle específico—. Son cuatro líneas principales de flores que parecen converger en un solo punto. ¿Lo ven?Magaly se inclinó sobre la mesa, observando con atención. —Sí, tienes razón. Y son flores de diferentes colores, tal como estaban en el jardín. Azul, amarillo, rojo... y parece haber un cuarto color, un tono Naranja, que también se une en ese punto central.Richard observó el punto de convergencia con una mirada analítica. —Tengo una idea. Si la
Con el corazón latiéndoles con fuerza y la imagen de la risa escalofriante grabada en sus mentes, cada uno se retiró a la habitación que había elegido. Valentina y Magaly se encerraron juntas, asegurando la puerta con el pestillo y colocando una silla como barricada adicional, a pesar de lo inútil que sabían que sería contra una amenaza real.El silencio en la habitación era casi tan opresivo como la risa lo había sido en el comedor. Cada crujido de la madera, cada susurro del viento contra las ventanas, los hacía saltar. La comida que habían llevado consigo permaneció intacta en la mesita de noche, sus estómagos anudados por el miedo.—¿Crees que era un fantasma de verdad? —susurró Magaly, acurrucándose junto a Valentina en la cama, con los ojos muy abiertos y mirando fijamente la puerta.Valentina la abrazó con fuerza, intentando transmitirle un poco de seguridad que ella misma no sentía del todo. —No lo sé, Magaly. No creo en fantasmas, pero... esa risa no sonaba humana.En su prop
Las horas se arrastraron lentamente en la oscuridad del dormitorio. Lo que al principio fue sorpresa y frustración se convirtió en una creciente desesperación. El tenue resplandor de las baterías de sus teléfonos comenzó a parpadear, amenazando con sumirlos en una oscuridad total.—¡Ayuda! ¡Hay alguien ahí! —seguía intentando Richard, aunque su voz era estaba ya más apagada.Valentina se sentía débil, con el estómago vacío rugiendo en protesta. La falta de agua era cada vez más agobiante, la boca pastosa y ya con dolor de cabeza punzante. La energía que habían tenido al entrar en la mansión se había disipado, reemplazada por un agotamiento físico y mental.Javier y Magaly se acurrucaban juntos en una esquina, tratando de conservar el calor corporal. El silencio entre ellos era pesado, cargado de incertidumbre y temor. La pregunta de quién los había encerrado y por qué seguía sin respuesta, alimentando la paranoia.¿Era Laura, que los había descubierto y quería retenerlos hasta que él
Último capítulo