Con el corazón latiéndoles con fuerza y la imagen de la risa escalofriante grabada en sus mentes, cada uno se retiró a la habitación que había elegido. Valentina y Magaly se encerraron juntas, asegurando la puerta con el pestillo y colocando una silla como barricada adicional, a pesar de lo inútil que sabían que sería contra una amenaza real.
El silencio en la habitación era casi tan opresivo como la risa lo había sido en el comedor. Cada crujido de la madera, cada susurro del viento contra las ventanas, los hacía saltar. La comida que habían llevado consigo permaneció intacta en la mesita de noche, sus estómagos anudados por el miedo.
—¿Crees que era un fantasma de verdad? —susurró Magaly, acurrucándose junto a Valentina en la cama, con los ojos muy abiertos y mirando fijamente la puerta.
Valentina la abrazó con fuerza, intentando transmitirle un poco de seguridad que ella misma no sentía del todo. —No lo sé, Magaly. No creo en fantasmas, pero... esa risa no sonaba humana.
En su prop