Lucía Martín, una mujer de 40 años, es una traductora y contadora española-dominicana que ha construido su vida sobre la base de la autosuficiencia. Tras un amor no correspondido a los 22 años y la muerte de su padrastro, se ha cerrado al mundo emocional, enfocándose exclusivamente en su carrera. Tras mudarse a Italia con su madre, Lucía evita cualquier tipo de relación romántica, convencida de que el amor solo trae dolor. Massimo Ricci, un exitoso CEO italiano de 35 años, conoce el poder y el control, pero no está preparado para enfrentarse a Lucía. La contrató como su asistente personal sin saber que, detrás de su belleza, se esconde una mujer fuerte y determinada que no se deja manipular por su atractivo. A medida que trabajan juntos, la tensión entre ellos crece, alimentada por la atracción y el desafío constante que representa Lucía. Con el tiempo, Massimo le propone ser su amante. Aunque Lucía siente una fuerte atracción hacia él, su miedo a la vulnerabilidad y la falta de experiencia en el ámbito amoroso la hacen resistirse. Sin embargo, la situación de su madre, cuya salud empeora y necesita costosos tratamientos médicos, pone a Lucía en una difícil posición. El dinero que Massimo le ofrece a cambio de su sumisión podría ser la única forma de salvar a su madre, pero aceptar su propuesta significaría ceder al deseo que siempre ha evitado. En un juego de poder y deseo, Lucía se enfrenta a la mayor de sus pruebas: decidir entre mantener su independencia o sucumbir a una pasión que podría cambiarlo todo.
Leer másLucía Martín se apoyó en la puerta de la oficina, la vista fija en el imponente perfil de Massimo Ricci, que no parecía percatarse de la tensión que flotaba en el aire. Era un hombre de 35 años, alto, de rostro anguloso y ojos oscuros que desnudaban una intensidad inquietante. Su presencia era magnética, inevitablemente atrapante. Sin embargo, Lucía no era como las demás mujeres a las que él había acostumbrado a dominar con solo una mirada. Ella no se dejaba arrastrar por la corriente, y mucho menos por su atractivo imponente.
Massimo se reclinó en su silla, cruzando las piernas, con una sonrisa que no era del todo amistosa. Estaba acostumbrado a que todos a su alrededor se rindieran fácilmente. El poder era su zona de confort, y ahora estaba claro que Lucía no era una excepción. Habían pasado meses trabajando juntos, y aunque ella nunca había mostrado una grieta en su fachada de profesionalismo, él no podía dejar de notar la atracción que ambos sentían, una atracción que crecía día tras día, pero nunca era expresada en palabras.
—Lucía —dijo Massimo con voz suave, pero firme—, te he observado desde que entraste a trabajar para mí, y debo admitir que me intrigas. Eres una mujer que ha logrado mantener el control total sobre sí misma, y eso me atrae aún más. No eres como las demás, y es… fascinante.
Lucía lo miró, pero no dijo nada. A veces, el silencio era más elocuente que cualquier respuesta. Su mente estaba centrada en lo que realmente importaba: su trabajo, su independencia. Su madre, a pesar de su salud deteriorada, había sido siempre su prioridad. No había espacio para distracciones en su vida.
—Sé que te atraigo —continuó Massimo, sin apartar la vista de ella—. Y lo sé porque yo también te deseo, Lucía. Sé que no estás buscando nada fuera de lo profesional, pero no puedo evitarlo. Quiero que seas mi amante.
Lucía sintió como si la temperatura en la habitación hubiera subido diez grados en un segundo. Massimo no había dejado de mirarla en ningún momento, y su propuesta, tan directa y desafiante, la golpeó como un rayo. No podía ser. No podía… No era el tipo de mujer que cedía ante propuestas como esa.
—Massimo —dijo ella, con la voz firme, aunque sus manos se tensaron a sus costados—, no soy tu juguete ni tu objeto de deseo. Te respeto como jefe, pero eso no significa que vaya a caer en tu juego de poder. No voy a ser tu amante. No lo soy, ni lo seré.
Massimo frunció el ceño por un momento, pero su expresión no cambió. La tensión seguía fluyendo entre ellos, palpable, inquebrantable. Él ya había probado la resistencia de Lucía, y no tenía intención de rendirse. Sabía que ella no aceptaría su propuesta de inmediato, pero eso solo hacía el desafío más interesante.
—Lo entiendo, Lucía —dijo él, levantándose de su silla y acercándose a su escritorio—. Pero quiero que pienses en mi oferta. No quiero que me digas "no" solo por orgullo. Lo que te ofrezco es más que placer físico; es una relación basada en lo que ambos necesitamos. Yo te deseo, y sé que tú sientes lo mismo, aunque te cueste aceptarlo.
Lucía no dijo nada. En su mente, las palabras de Massimo resonaban, haciéndola dudar por un instante. No podía negar que él tenía una presencia que la hacía sentir vulnerable, que el deseo en sus ojos era palpable, y que por un segundo, su autocontrol flaqueó. Pero eso no era lo que ella quería. Su vida había sido definida por la lucha, por la autonomía. Los hombres no tenían cabida en su mundo.
En ese preciso momento, su teléfono móvil vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio en la habitación. Lucía se apresuró a cogerlo, sin siquiera mirar quién la llamaba. Cuando vio el nombre de la enfermera de su madre en la pantalla, el aire se le cortó en los pulmones.
—¿Sí? —contestó, tratando de mantener la calma.
La voz al otro lado de la línea sonó grave, llena de preocupación.
—Señorita Lucía, soy Carmen, la enfermera de su madre. Necesito hablar con usted. La situación ha empeorado mucho. Su madre está en un estado delicado, y los médicos nos han recomendado que busque atención especializada cuanto antes. El costo del tratamiento es alto, y si no lo cubre pronto, corremos el riesgo de que la situación se agrave.
Lucía sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Un nudo se formó en su garganta y su corazón latió desbocado. La voz de la enfermera le llegaba distorsionada, como si todo fuera un sueño del que no podía despertar. ¿Qué hacer? En su mente solo había una respuesta: necesitaba el dinero. Rápido. Pero, ¿a qué precio?
—Carmen, ¿cuánto dinero necesitamos para cubrir los costos? —preguntó, intentando controlar la angustia en su voz.
—Serían unos 50,000 euros para el tratamiento completo —respondió la enfermera—. Y necesitamos los fondos con urgencia.
Lucía cerró los ojos, sintiendo el peso de la noticia sobre sus hombros. 50,000 euros. No tenía esa cantidad. ¿Cómo iba a conseguirla? El dinero de Massimo... Un pensamiento le atravesó la mente como una flecha. La propuesta de Massimo, su oferta de ser su amante, podría ser la única salida. Pero, ¿a qué precio?
Massimo había estado observando todo el tiempo. Su rostro, que antes parecía tan seguro, ahora mostraba una ligera sonrisa, como si hubiera sabido lo que estaba pasando en la mente de Lucía. Cuando ella colgó el teléfono, su mirada se encontró con la suya.
—Entonces, ya lo sabes —dijo Massimo con una voz suave, pero cargada de una certeza que hizo que Lucía sintiera un escalofrío—. Mi propuesta está en pie, Lucía. Te daré dos días para pensarlo. Dos días para decidir si lo que más deseas es mantener tu independencia o, quizás, dejar que te ayude... de otra manera.
Lucía lo miró fijamente, sintiendo cómo la presión aumentaba. No sabía qué hacer, pero una cosa era clara: su mundo acababa de cambiar, y el desafío de Massimo, ahora más que nunca, la forzaba a enfrentarse a algo que había evitado durante años: su necesidad de alguien más.
No soportaba seguir observando desde lejos.Lucía reía. Con Matías.Esa risa suya —ligera, cálida, auténtica— no tenía por qué provocarme esta rabia contenida, pero la provocaba.No era que no pudiera verla feliz. Era que no podía verla feliz con otro.Tampoco ayudaba que Camila se hubiese aferrado a mi brazo como si fuera una extensión del vestido caro que llevaba. Su aparición había sido tan inoportuna como calculada. Me conocía demasiado bien: sabía que en público no haría una escena. Que mi educación era una barrera que ella podía manipular.Pero esta vez no.Esta vez no iba a quedarme al margen como un cobarde.—Discúlpame —le dije a Camila sin mirarla, con un tono tan cortante que incluso ella soltó mi brazo por reflejo. No le di tiempo de responder.Mis pasos fueron firmes, seguros, decididos.Sabía que estaba cruzando un límite, pero no me importaba. Ella era mía. Aunque no lo supiera aún, aunque tratara de ocultarlo detrás de su sarcasmo, aunque fingiera que podía reírse de o
El salón de la gala brillaba con el esplendor de las grandes noches. Candelabros colgaban majestuosos del techo abovedado, proyectando destellos dorados sobre los asistentes, todos vestidos con su mejor gala. Las copas de champán tintineaban en un murmullo de conversaciones refinadas, mientras los meseros deslizaban bandejas con aperitivos exquisitos.Lucía caminó con porte elegante entre la multitud, sintiéndose segura en su vestido negro de cuello alto que realzaba su figura esbelta. No necesitaba escotes pronunciados ni telas reveladoras para captar miradas; su presencia, por sí sola, irradiaba magnetismo. Sin embargo, aunque se veía impecable por fuera, su interior era un torbellino de emociones contenidas.A su lado, Massimo avanzaba con la naturalidad de quien está acostumbrado a moverse en ese mundo de élite. Su traje negro impecablemente cortado lo hacía ver aún más dominante, y cada paso suyo parecía imponer respeto.Lucía se repetía a sí misma que no debía dejarse llevar por
Lucía permaneció en la entrada de la habitación, sintiendo el calor subirle al rostro mientras sus ojos recorrían la imagen frente a ella. Massimo estaba de pie, con el cabello húmedo cayendo en desorden sobre su frente y una simple toalla ceñida a su cintura. Su piel aún brillaba con rastros de agua, y su postura relajada solo aumentaba su atractivo. Apretó los labios, obligándose a desviar la mirada para no delatarse.—No te quedes ahí. Entra y cierra la puerta —dijo él con su tono grave, sin dejar de mirarla.Lucía respiró hondo y avanzó con pasos medidos, cerrando la puerta detrás de ella. Intentaba actuar con naturalidad, como si su jefe no estuviera semidesnudo frente a ella, pero su cuerpo reaccionaba de otra manera. Su corazón latía acelerado, y un cosquilleo se deslizaba por su piel.—¿Para qué querías verme? —preguntó, cruzando los brazos como si eso pudiera darle algo de seguridad.Massimo se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, y caminó hacia la mesa donde d
Lucia llegó a su apartamento y comenzó a preparar su equipaje con rapidez. No tenía idea de cuánto tiempo estarían en España, ya que Massimo, su jefe y ahora amante, no le había dado detalles. Decidió llevar todo lo que pudiera necesitar: ropa de oficina, vestidos de cóctel, zapatos elegantes y lo esencial para cualquier ocasión inesperada. Se aseguró de incluir sus documentos, cargadores, perfumes y algunos libros para el viaje. Mientras guardaba sus pertenencias, un leve nerviosismo se instaló en su pecho.Al revisar su teléfono, vio un mensaje de Massimo confirmándole la hora de salida y el acceso al jet privado. Lucia suspiró profundamente, mirándose al espejo antes de salir. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer decidida, pero con una ligera inquietud en los ojos. No podía retroceder ahora.Cuando el reloj marcó las ocho en punto, llegó al aeropuerto, donde la esperaba el jet privado de Massimo. Un asistente la recibió amablemente y la condujo al interior de la aeronave.
Lucia se despertó temprano, sintiendo el cuerpo aún tibio por la noche que había pasado con Massimo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar los momentos compartidos, pero pronto la realidad la llamó de vuelta. Tenía que ir a trabajar.Se arregló rápido, tratando de no pensar demasiado en él. Sabía que si lo hacía, se quedaría atrapada en la fantasía y ahora mismo necesitaba concentrarse. Su día en la oficina transcurrió sin mayores sobresaltos, aunque en el fondo, la imagen de Massimo la rondaba como una sombra persistente. Se sorprendió a sí misma revisando su teléfono con la esperanza de ver un mensaje suyo, pero no había ninguno. Con un suspiro, intentó apartar el pensamiento y centrarse en sus tareas.Al terminar su jornada, en lugar de dirigirse a casa, tomó el camino hacia la casa de su madre. Sabía que la conversación que le esperaba no sería fácil, pero era algo que debía hacer. Su madre siempre había sido protectora, y aunque comprendía su deseo de independencia, seg
Lucia abrió la puerta del apartamento con el cansancio de un día largo, pero al mismo tiempo con la sensación de haber experimentado algo tan humano como la necesidad de escapar, aunque solo fuera por unas horas. Pero al cruzar el umbral, se encontró con una atmósfera distinta. Massimo estaba allí, de pie, en medio de la sala, con un vaso de whisky en la mano, que casi parecía más una declaración que una bebida.Llevaba puesto un traje de dos piezas perfectamente cortado, la chaqueta desabotonada en los últimos botones, lo que le daba un aire de desinterés, pero también de control. Sus ojos, esos ojos intensos que parecían leer cada pensamiento de Lucia, se posaron en ella de inmediato. En sus manos, sostenía un par de fotos, y aunque no podía verlas aún, sabía que no eran casualidad.“Buenas noches”, dijo Lucia, tratando de sonar relajada, pero el tono de su voz traicionó un atisbo de incomodidad. No sabía si estaba preparada para la conversación que iba a seguir.Massimo la miró con
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