La llegada del señor Contreras a la mansión fue un torbellino de angustia y desesperación. Apenas unas horas después del terrible suceso, su vehículo irrumpió por el camino de entrada a toda velocidad, deteniéndose bruscamente frente a la casa. Se bajó del coche como un torbellino, su rostro pálido y demacrado, sus ojos inyectados en una mezcla de terror y furia.
Sin prestar atención a los policías que aún se encontraban en la escena, irrumpió en la mansión gritando con una voz desgarradora que resonó por toda la casa:
—¡Javier! ¡¿Dónde está mi hijo?! ¿Qué ha pasado aquí? ¡¿Dónde está Javier?!
Su mirada frenética recorrió el recibidor, deteniéndose en los rastros de la confrontación en el comedor, en las manchas oscuras que aún quedaban en el suelo. Su angustia se intensificó al no ver a su hijo de inmediato.
El señor Contreras irrumpió en el comedor como un volcán en erupción, su voz retumbando con una mezcla de furia y desesperación. Su mirada frenética se clavó en Richard, luego en