De vuelta en la cabaña de Elara, la urgencia llenaba el aire mientras desplegaban las viejas mantas sobre la mesa de madera. El tejido suave y descolorido evocaba recuerdos de una infancia lejana, pero ahora contenía la promesa de desvelar un secreto largamente guardado.
Valentina y Richard extendieron las mantas con cuidado, alineándolas una junto a la otra. Tal como recordaba Valentina, los patrones de flores tejidas se entrelazan de forma armoniosa, creando una conexión visual entre las piezas.
—Miren —dijo Valentina, señalando un detalle específico—. Son cuatro líneas principales de flores que parecen converger en un solo punto. ¿Lo ven?
Magaly se inclinó sobre la mesa, observando con atención.
—Sí, tienes razón. Y son flores de diferentes colores, tal como estaban en el jardín. Azul, amarillo, rojo... y parece haber un cuarto color, un tono Naranja, que también se une en ese punto central.
Richard observó el punto de convergencia con una mirada analítica.
—Tengo una idea. Si la