Las horas se arrastraron lentamente en la oscuridad del dormitorio. Lo que al principio fue sorpresa y frustración se convirtió en una creciente desesperación. El tenue resplandor de las baterías de sus teléfonos comenzó a parpadear, amenazando con sumirlos en una oscuridad total.
—¡Ayuda! ¡Hay alguien ahí! —seguía intentando Richard, aunque su voz era estaba ya más apagada.
Valentina se sentía débil, con el estómago vacío rugiendo en protesta. La falta de agua era cada vez más agobiante, la boca pastosa y ya con dolor de cabeza punzante. La energía que habían tenido al entrar en la mansión se había disipado, reemplazada por un agotamiento físico y mental.
Javier y Magaly se acurrucaban juntos en una esquina, tratando de conservar el calor corporal. El silencio entre ellos era pesado, cargado de incertidumbre y temor. La pregunta de quién los había encerrado y por qué seguía sin respuesta, alimentando la paranoia.
¿Era Laura, que los había descubierto y quería retenerlos hasta que él